Llega una celebración más en la tradicional fecha del Día del Periodista, permeada por el aumento de las agresiones en el mundo entero contra los periodistas, que van desde una ofensa, amenazas de censura en los estrados judiciales e incluso hasta el asesinato mismo como forma de callar a quien ejerce la profesión.
Los informes de las organizaciones en el mundo entero dan cuenta de esto, al tiempo que especialmente en nuestro continente, las presiones políticas siguen siendo el pan de día por gobiernos autoritarios u organizaciones al margen de la ley que quieren imponer su voz y criterio ante el poder que representa la prensa.
Directores, periodistas y columnistas siguen siendo objeto de presiones y hasta descalificaciones públicas por los dueños del poder de turno cuando no encuentran eco a sus intereses de información y opinión y la pauta publicitaria sigue en el juego del premio-castigo.
Por la naturaleza misma de los medios de comunicación el guante de seda contra los periodistas sigue siendo la publicidad, como siempre. Nada ha cambiado, mucho menos con la expedición de normas como Ley 1016 de 2006, que además de generar un conflicto con la fecha de la celebración (4 de agosto) no introduce nada nuevo que contribuya a resolver los problemas propios del ‘oficio’ y las condiciones laborales.
Pero aún en ese contexto de al parecer nunca cambiar, debemos reiterar los postulados que impulsan la actividad de un periodista como lo enfatizamos en nuestra edición de hoy.
Al margen de la discusión si es el 9 de febrero o el 4 de agosto la fecha para reconocer su papel en la sociedad, lo realmente importante en el Día del Periodista es hacer de esta una ocasión no para autoelogios sobre lo divino y humano del ejercicio. Todo lo contrario, en primer lugar, es una oportunidad más para preguntarnos sobre las circunstancias en que adelanta esta labor, los retos que impone el mundo actual y los rezagos de la legislación nacional. Es claro que el periodista ejerce una profesión de alto riesgo, máxime en un país como el nuestro. Sin embargo, ni siquiera cuenta con una norma que lo reconozca como una profesión.
El compromiso con la búsqueda de la verdad, sigue siendo un imperativo y como lo expresara el maestro Tomás Eloy Martínez (Q.E.P.D.) “hay tres lealtades fundamentales que debe mantener un periodista: con el lector, con la información y con su propia conciencia”. Máxime cuando “el nombre propio es el único patrimonio de un periodista profesional”, de allí la importancia de su honorabilidad y ejemplo ante una sociedad.
No perder la capacidad de asombro, de escucha, de pregunta, de duda e irreverencia, hablar con todos los que hay que hablar, diversificar su agenda, fiscalizar el poder político y otros estatuidos, mediar entre las gentes, potenciar las voces diversas de las comunidades, contextualizar e innovar en la presentación de hechos y situaciones, forman parte del largo listado de recomendaciones que acompañan la reflexión sobre el quehacer el periodista.
Tarea nada fácil en un país permeado por la violencia, las desigualdades sociales y la politiquería, así como las condiciones propias del medio que le exigen una alta cuota personal a quien decide comprometerse en estas lides. Por eso lo que los periodistas necesitamos en un día como hoy va más allá de las simples dádivas y felicitaciones, necesitamos respeto, ganado no sólo con nuestra capacidad de trabajo e independencia, también con la dignidad en las empresas, ante los grupos de poder y la sociedad misma.
El marco normativo existente en el país, posibilita la libertad para fundar medios, como también el ingreso al gremio sin que medien necesariamente argumentos de formación, de experiencia o de ética, para citar algunos. Así, el periodismo regional es un periodismo que trabaja con grandes limitaciones de recursos, marcado por las condiciones del entorno económico que le rodea. Por eso entre más pobres o más violentas, sean los entornos, más complejo es su ejercicio.
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