El asunto de desempleo ya lo hemos tratado múltiples oportunidades, pero no por ello pierde vigencia alguna, infortunadamente. Hace algunos días, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), reveló unas cifras sobre el desempleo en América Latina que deberían suscitar una profunda reflexión entre la sociedad y los gobiernos, dada la importancia de lo que está en juego. Dichos datos cobra más relevancia en nuestra capital donde este fantasma social asoma en todas las latitudes sociales.
Dice la OIT en su informe de 2019, que más de 25 millones de latinoamericanos y caribeños están desempleados, y que la cifra aumentará en 2020. Igualmente, que el sector poblacional más golpeado son los jóvenes, que en promedio en la región alcanza el 19,8%. Hay países como Costa Rica, en que el desempleo juvenil supera el 30%, una absoluta barbaridad, sobre todo si se tiene en cuenta que América Latina, a diferencia de otras regiones, como Europa por ejemplo, no cuenta con suficientes mecanismos de protección social para atender el drama de quienes pierden sus puestos de trabajo.
El desempleo en la región coincide con otros tres hechos. Uno, tiene que ver con el aumento de las remesas que reciben los países latinoamericanos enviadas por sus migrantes, la cual se acerca a los cien mil millones de dólares cada año. México es el país que más recibe, 36.000 millones de dólares, una cifra récord, un incremento del 7% con respecto a 2018. Colombia es el tercer país latinoamericano al recibir el año pasado 8.247 millones de dólares, también un récord histórico, un aumento del 17,2% comparado con 2018.
Otro hecho, es el aumento de la criminalidad, Latinoamérica es la región más peligrosa del mundo, según los indicadores internacionales, situación que debería tener mayor atención por parte de los gobiernos, enfrascados casi todos en mirar solo cuestiones atinentes al terrorismo y el tráfico de drogas.
Y el tercer hecho, es el aumento de la informalidad laboral, que no necesita estudio porque se palpa con la proliferación de la venta callejera en las ciudades.
Lo anterior significa que a los jóvenes solo les estamos ofreciendo tres caminos: el exilio, el delito o la informalidad. Es una situación que debería avergonzarnos. Estamos hablando de nuestros hijos y nietos, a quienes les estamos incumpliendo la promesa del estudio como pasaporte a la realización laboral y el ascenso social. Ni lo uno, ni lo otro.
En Colombia la situación es crítica. Los gobiernos (tanto el nacional, como los departamentales y municipales) deben actuar con sentido de urgencia. El problema del desempleo no se resuelve con propuestas marginales como la de permitir la cotización a la seguridad social por horas, que si bien es cierto puede contribuir a dar un mínimo de protección a algunos sectores de la población, tiene casi el mismo efecto de una cucharada de azúcar en el mar.
Digámoslo sin eufemismos ni rodeos. En materia de desempleo, particularmente del desempleo juvenil y femenino vamos mal, se debe actuar con eficacia, imaginación y celeridad. Los costos sociales de la inacción son muy grandes, no debemos contentarnos con poco. No es casual que el principal actor en la protesta callejera sean los jóvenes. ¡Hay que actuar ya!
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