El violento y sangriento hecho del pasado domingo, donde tres jóvenes fueron asesinados a balazos en un polideportivo del barrio El Recuerdo Sur, vuelve a poner en la palestra citadina el peligroso trajinar de las mal llamadas pandillas, que rápidamente mutan de un grupo de jovencitos que cometen toda clase de fechorías menores con armas blancas y armas de fuego hechizas y rudimentarias, a bandas delincuenciales organizadas armadas con pistolas y revólveres, que además de delitos propios, se ofrecen al mejor postor para actuar en cualquier tipo de acción delictiva.
Lo del Recuerdo Sur sin duda, fue un ataque armado planeado, donde tuvieron que actuar dos o más tiradores. Esto podría reflejar el nivel de peligrosidad de este tipo de agrupaciones que ya soportan su estrategia con armas de fuego de gran calado, operando en aquellas zonas hasta donde quieren expandirse.
Lo más preocupante es que las autoridades policiales en la capital caucana, al parecer, cuentan con muy poca información sobre este tipo de agrupaciones, las cuales, posiblemente, estén escalando su accionar a lo largo y ancho de la ciudad.
Lo más preocupante de esta ausencia de estadística (o de información), es que muchos sectores de la ciudad son vulnerables a la generación de esta clase de grupúsculos, que va creciendo hasta convertirse en un referente negativo para las autoridades. Con lo anterior queremos indicar, que si no se le pone atención a esta bomba social, lo más probable es que en algunos años se dupliquen esas pandillas, con las consecuencias en el aumento en delitos callejeros y de toda índole en nuestra capital.
El problema, como puede verse, se torna cada vez más difícil. Su expansión en el tiempo no deja dudas al respecto. Es precisamente por esa razón, que no solo cabe preguntarse qué sucederá en el futuro cercano si el fenómeno del pandillismo continúa en ascenso. También resulta pertinente cuestionar a las autoridades qué piensan hacer, cuáles planes tienen por implementar o de qué manera consideran actuar para que esa manifestación del crimen que amenaza con apropiarse de cada vez más sitios de la ciudad, no siga su hasta ahora incontenible propagación.
Las autoridades tienen que intervenir, por supuesto, y especialmente la Policía para contener la ola de ilegalidad, pero la represión no es la solución final, sino apenas una forma de apagar el incendio.
Los “jóvenes en riesgo”, como se les dice ahora a los pandilleros, necesitan una buena educación y después unos empleos dignos y seguros. Y la educación no es solo construir escuelas y contratar maestros, sino poder desayunar, almorzar y comer todos los días para poder asimilar la educación y crecer mental y físicamente bien.
El problema de los jóvenes en riesgo no es solo del municipio, ni de la Policía, ni de los padres de los muchachos, sino de toda la sociedad, no solo por cumplir con el compromiso de la responsabilidad social inherente a quienes tienen más en la vida, sino por interés propio. Quienes no entiendan lo anterior, deben saber entonces que atender este problema equivale a asegurar su propia tranquilidad e incrementar la seguridad en toda la ciudad, incluida la de los indiferentes que se sienten seguros en los barrios de estratos altos y creen -erradamente- que este flagelo es lejano y ajeno.
Los empleos no nacen de la nada sino que tienen que ser creados, en lo que la empresa privada tiene una responsabilidad enorme para ayudar a solventar esta crisis. Todos los jóvenes necesitan trabajar dignamente, y más aún aquellos que están en riesgo permanente.