“El periodismo puede hacer tanto bien y tanto mal sobre el cuerpo de la sociedad, que tiene que responder a la sociedad. Ya no se trata solo de la libertad de prensa, sino de la responsabilidad de prensa”. Juan Gossaín
Era sólo un rumor, no un hecho acreditado, pero en esos momentos a la opinión pública le llegaron nuevas conjeturas alarmantes. El foto reportero Johanny Vargas había desaparecido misteriosamente y al relacionar pasadas amenazas en su contra, un eventual secuestro era la probabilidad más cercana al informar sobre el suceso. Este dato fue inmediatamente elevado a la categoría de decisivo, por encima de cualquier otro y se interpretó como una confirmación de que había ocurrido algo grave. El recorrido noticioso que en pocas horas pasó de lo local a lo internacional, provocó la reacción de las autoridades, tanto civiles como policiales y posteriormente, una tendencia en redes sociales donde se le brindaba todo el apoyo al hombre desaparecido incluyendo la convocatoria a una manifestación callejera para condenar su posible rapto.
Nada era verdad, pero todo se iba acumulando y a medida que el rumor tomaba tintes de drama, llegó a parecer necesario que se hablara de secuestro para que al final la verdad se ajustase como fuese a los titulares que algunos habíamos decidido anticipar a oyentes, lectores o televidentes. Pero no fue así. ¡Qué lección! ¡Qué ridículo!
48 horas después, todo ese ‘globo’ informativo que se nutrió con una fantasiosa versión de un secuestro y una heroica fuga de sus captores, fue develando una gigantesca mentira a cuenta gotas, que terminó reventando en un escueto comunicado a la opinión pública donde el desaparecido se retractaba sobre su rapto, sopesando su errado proceder en “circunstancias familiares”.
Desde esta ventana de opinión no queremos entrar en detalles sobre aquellos motivos personales que llevaron a esta persona que fungía como un reportero de prensa, a tomar las acciones que tomó. Pero lo que si repudiamos, es el abuso que cometió con la dignidad de quienes tenemos la responsabilidad de informar.
Con todo este episodio de noticia y realidad, que fácilmente podría ser rotulado dentro del realismo mágico de ‘Gabo’, queda claro que ningún ciudadano y mucho menos uno que interactúa directamente con los medios de comunicación, puede usar una supuesta verdad, por dramática que sea, para justificar una desaparición. Como lo dijo un periodista en un aparte de opinión a través de las redes sociales, “¡…Qué somos humanos, claro! ¡Qué tenemos errores, pero por supuesto! Pero eso no nos da pie a pasar por encima los principios profesionales que nos debe regir en un oficio público como el nuestro. Aquí hay un debate de fondo más que de forma y si por eso muchos integrantes del gremio se van a ofender pues no estamos siendo grandes ante el papel que desempeñamos en esta sociedad…”.
Y lo aseveramos así desde este escrito de opinión, porque en este país hay tanto periodista que ha abusado tanto y con tanto éxito de la divulgación de rumores no confirmados, haciéndolos pasar como hechos acreditados, que pareciera que merecíamos una lección de este tipo, aunque sólo sea para que la opinión pública conociera en algo, las entretelas del mundo de la información en nuestra comarca.
Así pues que, retomando a nuestro colega Juan Gossaín, todo este suceso debería dejarnos una clara lección enfocada hacia la responsabilidad como el nuevo nombre de la ética. “Ya no es un problema simplemente de principios individuales. Es un problema de periodista y sociedad”.
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