Es desconcertante la diferencia en la entidad de los rebrotes padecidos en Europa en comparación a lo que ocurre en nuestro país. Las lógicas de la historia indicarían que aquellos países desarrollados, con un alto sentido del civismo y con una fuerte cohesión social, darían lecciones a las naciones en vías de desarrollo, como la nuestra, sobre cómo controlar la propagación del virus. Pero ha sido todo lo contrario.
Mientras que en Bélgica cerraron nuevamente por seis semanas, en Dinamarca, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Países Bajos y España, entre otros, optaron por endurecer las medidas, incluyendo toques de queda nocturnos -o diurnos- por regiones, restricciones en espacios públicos o privados, cierre de escuelas, universidades y negocios, confinamientos parciales y algunos estrictos. En fin, la pesadilla de volver a los encierros y el retorno de las limitaciones a las libertades de locomoción y asociación vuelven a la rutina de aquellos ciudadanos del primer mundo.
Ni qué decir de los EE. UU., la primera potencia, que viene desde hace días con una racha de mil muertes diarias en promedio, y con millones de ciudadanos que se niegan a usar tapabocas y adoptar las demás medidas de bioseguridad recomendadas por la OMS.
Entre tanto, para perplejidad en aquellos países, varios de los latinoamericanos siguen bajando el número de infectados y mucho más aún, de muertes, lo que haría posible que la esperada segunda ola no se dé con la fuerza de aquellos países que, contrario a la disciplina que han mostrado ciudadanos de países latinoamericanos, incluida Colombia, se relajaron al punto de la anarquía social.
De hecho, el reciente estudio Solidaridad II, de la Asociación Profamilia, que también midió el comportamiento de la población colombiana ante el nuevo coronavirus en abril de este año, muestra cómo nos hemos sabido adaptar o, al menos, medianamente bien, a la nueva realidad, con inteligentes cambios de conducta que no observamos en los primeros meses, tales como el uso permanente del tapabocas tanto en sitios públicos como privados, el lavado de manos, la aplicación frecuente de geles desinfectantes en negocios, empresas y oficinas públicas, el cambio de ropa al llegar a casa, entre otros.
El que el 95% de los encuestados haya manifestado su adaptación y sujeción al uso del tapabocas es alentador y permite predecir que, tal vez, no tengamos que volver a los necesarios y estrictos encierros que tanto daño causaron a la economía y la sanidad mental de los hogares, o a las finanzas de las empresas y el Estado.
Aun cuando hace unos días se anunció la efectividad probada de una de las doce vacunas que están en la última fase, es claro que no la recibiremos hasta el segundo semestre de 2021, y eso. Entre tanto, mantener las medidas que individual y colectivamente nos están dando resultado no solo es asunto de sensatez sino de supervivencia.