Con ocasión del Día Internacional de la Mujer, El Nuevo Liberal destaca la labor de dos damas que han desarrollado un trabajo en función de mejorar las condiciones de las colombianas.
Por Redacción domingo
“El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, dijo hace un tiempo la filósofa francesa y fundamental en el movimiento feminista, Simone de Beauvoir.
Es cierto que muchas de las desigualdades de la mujer se deben a la prepotencia del macho y la figura patriarcal con la que se educan muchos. Desde tiempos remotos, la fémina ha tenido que subordinarse al varón; padecer el yugo de la desigualdad y el machismo como cultura.
Es por eso que el nueve de marzo es un día especial y digno de celebración, pues como ya es sabido desde 1975 se conmemora la lucha de la mujer por un trato paralelo al del su semejante en la sociedad.
Los avances que se han logrado en Colombia han sido sustanciales, pero todavía falta. El país, no es desconocido, siempre ha estado atrasado en avances que buscan reivindicar los derechos de las damas, es si no recodar que fue una de las naciones latinoamericanas que más tardó en darle el derecho al sufragio; mientras Paulina Luisi en Uruguay y Matilde Hidalgo de Proce en Ecuador lograron en 1927 y 1929, respectivamente, que ellas tuvieron acceso al voto, en el país convulsionado por la violencia bipartidista y el mandato de un presidente de facto, Rojas Pinilla, se tuvo que esperar hasta la constituyente de 1957 para que ello ocurriera. (Se estima que la participación de ellas fue de 1.835.255, para aquel entonces el aproximado de la población colombiana estaba por encima de los 11.500.000 habitantes, siendo entre el 45 y 46 % ciudadanas).
Nunca es tarde, dice el refrán. Y en efecto, se han logrado mejorías. Por poner un significativo ejemplo, mientras para 2010 el Congreso contaba con 38 parlamentarias (17 en Senado, 21 en la Cámara), en 2014 –esto es, la legislación actual– cuenta con 52 (23 Senado, 29 en la Cámara), lo que equivale al 20 % del Congreso. Ello gracias a la Ley de Cuotas (Ley 581 de 2000) que establece un mínimo del 30 % de participación de la mujer en la función de las ramas y órganos del sector público.
La participación de las Caucanas viene en tímido avance, en el más reciente Informe sobre la Participación Femenina en el Desempeño de Cargos Directivos de la Administración Pública Colombiana (2014), se señala que la participación del máximo nivel decisorio de las caucanas en la gobernación es del 45% y en la Alcaldía del 39 %. (Valga decir que los cargos de máximo nivel decisorio “son entendidos como los de mayor jerarquía en las entidades de las tres ramas y órganos del poder público, en los niveles nacional, departamental, regional, provincial, distrital y municipal”, según el mencionado informe).
Pero como reza el dicho popular: nos podemos quedar con lo que está vacío del vaso o con lo que está lleno. Y este artículo propende destacar la ardua y loable labor de dos heroínas cercanas al Cauca.
Pues bien, qué mejor que empezar por la histórica Esmeralda Arboleda, primera Senadora del país y de las primeras en estar a cargo de un ministerio público.
Esmeralda fue hija del político liberal Fernando Arboleda López, influyente en sus ideas acerca del papel de las féminas; e hija de Rosa Cadavid de Arboleda, quien desde pequeña le inculcó la necesidad de estudiar una carrera universitaria y no dejar que su vida se redujera a la tradición matrimonial.
Tras su paso por el colegio de las señoritas Casas, se presentó a la Universidad del Cauca aspirando a estudiar Derecho. Y lo logró: fue la primera en ser aceptada en esta universidad.
“El estudio del derecho hizo germinar en mí una semilla feminista con la cual nací y creo que como herencia legítima de mamá, confesó en una entrevista, era el drama de tener que estudiar las leyes de una nación que con total desvergüenza legitimaban la discriminación y la supuesta inferioridad femenina”.
Sus ideas eran progresistas y de renovación, el tema de su tesis de grado fue “La readaptación social de los menores delincuentes“. Hizo especialización en la Universidad de Indiana en los Estados Unidos y participó, tanto en Colombia como en Norteamérica, en los espacios donde se discutían las mejoras que debían obtener ellas en todas las esferas de la sociedad.
Esmeralda conocía las bondades de Ley 28 de 1932, promovida por Olaya Herrera y defendida por Uribe de Acosta y Lucila Rubio de Laverde, pero sabía que no era suficiente. Su gallardía y coraje se vio reflejado en el viaje por el país que emprendió con un grupo de compañeras, en el cual estuvieron recogiendo firmas que respaldaban la Asamblea Nacional Constituyente (ANAC), que buscabala igualdad de derechos políticos a ellas.
Su faena estaba generando ruido y asperezas en personas que no veían bien la transición hegemónica del macho (la iglesia, como energúmeno defensor del statu quo, no veía con buenos ojos su empresa), en 1956 intentaron secuestrarla y asesinarla. Alberto Lleras conocía de sus andares, le propuso exiliarse en Washington. Pero el periplo duró poco: en 1957 regresó al país a ejercer su derecho al sufragio y a pelear por los derechos de las colombianas.
En 1958 fue elegida senadora por el Valle del Cauca, siendo la primera en ocupar ese cargo público. Sus proyectos de ley estuvieron encaminados a una misma dirección: el reconocimiento de las mujeres en todas las esferas públicas y sociales.
En 1960 es elegida Ministra de Comunicaciones, convirtiéndose en la segunda mujer en ocupar un puesto en ese gabinete.
El legado de Esmeralda es invaluable. Nunca se alejó del acontecer político. Dirigió un programa de televisión. Siguió en la pugna por reconocer la trascendencia de su género en el mundo. Su discurso en la Conferencia Mundial de la Mujer de las Naciones Unidas, en México (1975), en donde analiza el papel de las mujeres en América Latina, es de obligada consulta.
Una mujer que lidera la lucha de hoy
Los avances que se han logrado en el siglo XXI demuestran el coraje de las colombianas. La consigna sigue siendo la misma, pero –en la mayoría de los casos– los propósitos son otros.
Para nadie es sorprendente, por decir algo, que una mujer ocupe un ministerio o lidere un gremio o dirija las riendas de una ciudad o un departamento. Y sin embargo, las cifras indican que estos puestos son mayoritariamente ocupados por hombres.
El derecho está, pero no es ejercido. El machismo por acervo está en las entrañas de muchos.
Pero más allá de eso, hay que señalar que el hecho de que ya nadie ponga en duda el estado de ciudadana de la mujer, ha servido para que la orientación haya cambiando de dirección.
Así las cosas, es imposible no mencionar el trabajo de la caucana afro Francia Márquez, ganadora del premio Nacional de Derechos Humanos en 2015.
Francia ha sido amenazada cuatro veces. Sus peleas en contra de este flagelo ambiental la volvió una piedra en el zapato para la economía de los ilegales. Por eso, en octubre de 2014 tuvo que salir de la vereda Yolombó (corregimiento de La Toma, Suárez), y vivir en la ciudad con un esquema de seguridad.
De 34 años, esta líder caucana ha tenido que soportar el flagelo de la guerra y sus luchas empezaron desde que era pequeña, más exactamente, desde 1994 cuando el gobierno quiso desviar el río Ovejas para alimentar la represa Salvajina.
Desde entonces, su trabajo en contra de la degradación de las fuentes vitales no ha parado. En 2010 lideró la gran la lucha Afro en Suárez, cuando ocho títulos mineros fueron concedidos sin hacer uso del derecho que otorga la constitución antes de desarrollar una actividad de esta naturaleza, a saber, la consulta previa.
En 2015 recibió el premio el Premio Nacional a la defensa de los derechos humanos en Colombia en la categoría Defensora del Año, esto por liderar la histórica Marcha de los turbantes, en la cual 70 mujeres comenzaron a caminar hacia Bogotá –desde la vereda de La Toma (Suárez, Cauca)– para exigirle al Gobierno que avanzara en la titulación colectiva de sus tierras.
Francia hizo parte del grupo de víctimas que viajó a La Habana a discutir algunos de los puntos de los acuerdos del proceso de paz. Al regresar fue muy crítica. Señaló que era necesario que el gobierno negociara el tema de la minería, pues este afecta comunidades afros e indígenas del Cauca.
Por eso se mostró entusiasmada cuando supo que en las conversaciones con el ELN, habría una mesa donde la sociedad tendría participación propia y directa.
Esta caucana representa la valentía de la comunidad Afro en el Cauca. Es el símbolo real y tangible de la persistencia y la valía de una comunidad que ha sido marginada y explotada a lo largo del tiempo y que encuentra, en personas como ella, un portavoz que sin pelos en la lengua pone a consideración sus inconformidades, necesidades y apreciaciones frente a las determinaciones del gobierno local y central.
Esmeralda y Francia son dos mujeres de épocas y condiciones distintas, pero ambas protagonizan una de las luchas más nobles de los últimos siglos.
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