@valenciacalle
De todos los actos semanasanteros visibles de Popayán, sin duda, “La procesión de la comida de los presos”, es el más humano, el más piadoso, el más cristiano, porque como dicen la canción de Fruko y sus Tesos, es un acto del corazón que va directo “a donde no llega el cariño ni la voz de nadie”
El Martes Santo, a eso del medio día una legión de voluntarios pasea por el sector histórico carretas y andas de comida que serán enviadas a los presos de la ciudad. Tradición que nació cuando en la batalla de la cuchilla de El Tambo capturaron al poeta soldado Julio Arboleda y sus amigos y familiares, desfilaron hasta la cárcel para llevarle alimentos a él y sus compa- ñeros, y hacer menos penosa su estadía entre las rejas.
Esta procesión que alguien podría considerar pueril tiene un peso simbólico más allá de las fronteras de la tradición católica del arrepentimiento y la caridad. Lo cierto es que el cristianismo nos invita a mirar a los más necesitados, y tener indulgencia con los más pecadores, que no necesariamente son los que están en la cárcel.
En Colombia se estima que hay más de 160 mil presos en 140 cárceles. Pero no todos los que están en las cárceles son malevos y criminales dispuestos a matar por un cigarrillo; allí también hay seres humanos educados y dispuestos a servirle a la sociedad con su trabajo e inteligencia.
Colombia es el tercer país de Latinoamérica con mayor población carcelaria en hacinamiento y condiciones infrahumanas. La mayoría de cárceles son lugares donde quienes entran son despojados de sus derechos humanos, no hay sanidad digna ni alimentación decente, así el marketing diga lo contrario. Un lugar donde las personas padecen el lastre amargo de administraciones paquidérmicas, la corrupción desproporcionada, y donde se constata que la justicia es un espejismo deformado.
Y cuando los presos se amotinan, desesperados, además de visita familiar y mejores condiciones de trato, salud y alimentación… piden una justicia eficiente que respete a las personas.
Hay quienes están presos engañados por la fantasía que les ofreció el poder, el dinero o por errores tontos. Pero en la cárcel una persona sin principios, ni carácter, ni educación en valores, en pocos meses se puede transformar en un criminal dispuesto a la venganza social. Entonces, es cuando una cárcel hace más daño en las personas que la resocialización que se buscaba.
Los presos de Popayán cuentan los días para la llegada del Martes Santo. Saben que ese día los comerciantes de la ciudad y las personas de buen corazón se han acordado de ellos y les mandan alimentos bien preparados y sabores distintos a lo habitual.
Los presos siempre y en todas partes del mundo, agradecerán la llegada solidaria de la Alcaldía, la Iglesia o de cualquier persona que interrumpa su amarga rutina con kits de aseo, libros, presentaciones artísticas, deportivas, conferencias, recitales de poesía, etc. Porque ese día saben que no están solos, que alguien “afuera” los piensa y se compadece de su suerte. Y entonces, ellos también entienden que afuera no todos los señalan, no todos los odian, no todos les dan la espalda.
“La procesión de la comida de los presos de Popayán”, como la canción “El Preso” de Fruko y sus Tesos, realizan una labor maravillosa: hacer que no nos olvidemos de los privados de la libertad, porque ellos también son seres humanos y necesitan solidaridad.
Si bien la música de Fruko es de goce y para animar la fiesta, la letra nos cuenta que en algún lugar del mundo hay una persona (cientos de personas) condenadas hasta la muerte a vivir entre cuatro esquinas padeciendo todas las penurias del mundo, olvidadas por sus amigos, sin esperanzas, sostenidas por el hilo sentimental del amor materno porque el resto de ciudadanos no quieren saber nada de ellos.
Gracias Popayán por seguir cultivando sus valores y costumbres tradicionales que hacen que mucha gente del mundo vega a visitar a esta ciudad de Dios. Gracias semanasanteros por sostener la tradición con responsabilidad y amor.
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