En una tarde de domingo soleado o gris no hay nada más sabroso que reunirse con familiares y jugar por ejemplo al bingo. Desde el año pasado, una vez al mes con hermanos y sus familias, nos reunimos turnándonos de casa para comer algo rico. Al llegar cada uno lleva algo como premio para el bingo.
La última vez sin que se dieran cuenta, revisé las etiquetas de lo llevado: chocolates, galletas, dulces y otros confites, casi todo importado. Creció mi preocupación cuando revisé unas uvas verdes muy dulces y sin semillas, que alguien trajo. Todos alabamos su sabor y la comodidad de no tener que escupir disimulados las pepitas en la servilleta. ¡Por supuesto, eran importadas y carísimas!
Uno de ellos dijo: ¿sin pepas? ¡son transgénicas! La mayoría de frutas se reproducen por semillas, si no las tienen es porque fueron manipuladas genéticamente. Con eso de la globalización ya no leemos cuando compramos productos alimenticios, nos dejamos embobar por el empaque llamativo, agregó.
Entre tanto leí en Google que la mitad del calentamiento global lo produce la agricultura transgénica. Es decir que este tipo de agricultura no se afecta por las variaciones climáticas. Es al revés: la agricultura transgénica es la que envenena, daña el clima con el uso de químicos de amplio espectro y la excesiva mecanización, que resultan tóxicos para el suelo, aire, agua y fauna. En contraste tales siembras derivan un lucro enorme, entonces no importa el daño causado, se adquieren inmensas extensiones de tierra para monocultivos de palma, caña de azúcar, pinos o eucaliptos, entre otros.
A eso sumemos los enormes pastizales alterados químicamente para alimentar vacas, vacas manchadas, vacas chatas, vacas locas con toda su parentela y sus flatulencias, que no tienen culpa, pero una sola res contamina más que un automóvil en el lapso de un año.
Colombia tiene un clima favorecedor del alto rendimiento, es biodiversa, entonces su producción debe ser diversa. La población rural es numerosa, solo el Cauca conserva el 60% de sus habitantes en el campo. Hay abundancia de productos propios del departamento en los mercados campesinos y en las galerías de Popayán. A veces los frutos no son del tamaño de los del supermercado, pero tienen aroma, sabor y color bonito. El agrónomo nariñense Roberto Segovia, me enseñó a comprar frutos como el tomate, mejor que no sean tan grandes o con algún puntico oscuro, que son distintivos de no haber recibido tanta fumigación, explica.
A esos mercados llegan la viejita de manos gruesas y uñas con tierra que desgrana alverjas o fríjol, la de manos cuarteadas que ofrece hierbas frescas, la joven mulata con la risa desparramada en la cara, que vende frutas. Allí casi todo es más barato y dan ñapa pa’que vuelva, dicen. Ellas nunca se han untado cremas publicitadas para las manos. Y nunca ellas, recibirán medalla alguna de manos suaves de funcionarios para condecorarlas, por traernos frutos frescos a la mesa de los citadinos.
Evitar domingos transgénicos no será fácil. Intentaré leer las etiquetas de productos empacados, llevaré al próximo bingo familiar, golosinas que no tienen nada que envidiar a las importadas y que a todos nos fascinan: repollas payanesas, galleticas horneadas por las monjas, aplanchados doña Chepa, mantecadas o brevas y cascaritas de limón desamargado. Aunque claro, de vez en cuando también comeré algún pecadito transgénico.
Comentarios recientes