Un taxi me lleva por ocho mil pesos a la Clínica Santa Gracia. Entro a urgencias. En menos de diez minutos me atienden, tengo suerte, hay poca gente. Es miércoles, son casi las tres de la tarde. Un hombre con el estetoscopio al cuello en consultorio (supongo que es el médico) me pregunta que me pasa: le digo que llevo diez horas con un dolor de cabeza insoportable.
El tipo me revisa los pulmones con el estetoscopio y me dice que estoy bien de los pulmones, me toma el pulso y me dice que no tengo alterado los signos vitales, que por lo tanto lo mío no es una urgencia. Me pasa un papel y me dice que vaya al edificio Casa Rosada para solicitar una Consulta Prioritaria, que allá me resuelven. Miro el papel, lo firma un enfermero (¡)
Me dice que lo mejor para el dolor de cabeza es tomar dos pastillas de acetaminofén cada seis horas. Pero no me las receta, las recomienda, de boca. En una droguería afuera compro las pastillas (diez por dos mil pesos). No me regalan agua, la venden. Una botella vale dos mil pesos. Tomo un taxi al edificio Casa Rosada, el taxista cobra cinco mil pesos. El dolor es inaguantable.
En la Casa Rosada me dicen que para citas médicas debo madrugar a las cuatro. Que se dan citas entre seis y ocho de la mañana, pero que la gente llega a las cuatro. Digo que tengo una orden de Cita Prioritaria, que necesito atención médica. Una señorita vestida de blanco dice que tengo que hacer firmar “ese papel” en las oficinas de los Quingos. No me dicen nada más. Tomo un taxi de la Casa Rosada al edificio de los Quingos. El taxista me cobra cuatro mil quinientos pesos. El dolor de cabeza es bestial.
En los Quingos digo que voy por una firma. Me dicen que llegué tarde, que ya no atienden. Y me aclaran que la firma solo me sirve para que me den la cita para el mismo día (porque están agendando citas para ocho o diez días). Que vaya al día siguiente (el jueves) por la firma para que madrugue a las cuatro el día el viernes “a ver si lo pueden atender el mismo viernes”. Quiero reírme, pero el dolor de cabeza no me deja. Para completar me advierten, que, si bien debo madrugar a la Casa Rosada del barrio Valencia, a las cuatro de la mañana el jueves, las citas prioritarias solo se atienden en el Centro Médico del barrio La María. Me crece el desconcierto. La rabia.
Pedir una cita médica hoy en día es entrar al laberinto de la indecencia humana. En el triángulo de lo absurdo. Salgo a la calle. Quiero gritar. Pero no del dolor de cabeza, sino de rabia contra este sistema médico de estiércol. Casi no pueblo hablar del dolor. Me auto-receto una inyección que me cuesta doce mil pesos en la primera farmacia que encuentro. Regreso a casa con el mismo dolor que salí cuatro horas antes. Indignado, sin atención médica. Perdí tiempo, salud, dinero, dignidad… Es sábado, y todavía tengo el dolor de cabeza.
Me descuentan $279.718 mensuales para salud, y el día que me enfermo ni una aspirina me dan los cafres de la Gran Popo. Se merecen mi madrazo triplicado a la enésima potencia. Un enfermo no tiene ni genio ni paciencia para jugar al bobo de un edificio a otro con empleados inanes incapaces de ofrecer información correcta. Insulto como me insultan con su pésima atención.
Pregunto: ¿Cuántas personas necesitan matar las Empresas Prestadoras de Salud por negligencia para ser declaradas empresas genocidas y así meter a todos sus trabajadores a la cárcel por agenciar como cómplices de tortura o de la muerte de sus usuarios? ¿Cuántos usuarios habrán muerto por estas absurdas indolencias?
Mi voto por el candidato presidencial que prometa enjuiciar a estas “empresas de la muerte”.
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