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DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS
Nadie desconoce la dramática situación que atraviesa Venezuela. El Estado de Derecho, la separación de poderes, la independencia y la autonomía de la justicia, el orden jurídico, el poder electoral, pilares de la democracia moderna han desaparecido inexorablemente en ese régimen autoritario y despótico que se ha convertido el gobierno de Maduro.
La elección de una constituyente gobiernista que en un acto de nepotismo inconcebible designó a parientes cercanos a Maduro y cuyo primer acto público fue destituir a la fiscal general Luisa Ortega fuerte opositora del régimen, la represión a las múltiples manifestaciones de protesta por la situación del país con numerosas de víctimas, la difícil situación económica que presenta una inflación inverosimil, y la enorme masa de población de miles de migrantes que están saliendo de Venezuela por física hambre para buscar un mejor sustento en otros lares, asumiendo grandes riesgos para su integridad, componen una situación que se torna incontrolable.
Lo que no debe asomarse siquiera como una posibilidad es la de una intervención militar que puede generar una confrontación bélica de impredecibles consecuencias para un país como Colombia que comparte 2000 kilómetros de frontera y que está asumiendo una gran carga de la caótica situación de Venezuela, al recibir miles de migrantes que salen apresurados de su país. Ya vemos como la difícil situación de ciudades colombianas como Cúcuta y la región fronteriza, que están atravesando una precaria coyuntura con la atención de esa enorme población flotante.
Ante esta situación el gobierno de Colombia ha asumido una posición ambigua. El embajador Francisco Santos en unas muy polémicas declaraciones recién posesionado, no descartó una opción de fuerza, mientras que el canciller Carlos Holmes Trujillo en una reunión del Grupo de Lima para analizar la situación, se abstuvo inexplicablemente de firmar la declaración acordada que rechazaba enfáticamente la posibilidad de una acción militar. Por su parte el presidente Iván Duque declaró ser: “no belicista” ante dicha problemática, siendo esta la posición más sensata y responsable. Se debe insistir en una salida diplomática a la crisis en la que todos los países de la región puedan ayudar a construir consensos.
Quienes incentivan con su discurso incendiario la posibilidad de una acción de fuerza, parecen desconocer los horrores de la guerra y las consecuencias que se derivan de una confrontación bélica. Para Colombia que acaba de salir de un conflicto interno que duró más de cincuenta años y dejó miles de víctimas, sería catastrófico que se involucrara en una situación que tendría gravísimas consecuencias. Una guerra se sabe cuándo empieza pero su terminación puede prolongarse en el tiempo y sus consecuencias y efectos tardarán muchos años en resolverse.
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