MARCO ANTONIO VALENCIA
El imaginario de Francia está lleno de personajes para la diversión como una biblioteca. De niña, cada noche, antes de dormir, sus abuelos le contaban historias del Coco, el Duende, la Viuda, la Patasola, la Llorona, el Guando, la Mano Negra, las brujas, los fantasmas, los zombis, los muertos vivientes, la pezuña del diablo, los espectros, los sustos, lo extraterrestres… en fin; por tanto, cuando conoció el cine, nada le gustó más que las películas de terror y, en su día a día, salvo cierto desdén por la muerte, nada del otro mundo la perturbaba.
Ya joven, Francia comenzó amores con un flaco tatuado de calaveras, mariguanero, de cabellos largos, piercing en la nariz y aficionado a las chanzas. Todos los días el hombre salía con alguna broma dizque para hacerla reír: sazonaba con ají los helados de los niños, bautizaba con apodos agraviantes a la gente, hacía llamadas anunciando tragedias inexistentes, se burlaba de los defectos de las personas, se inventaba apuestas sobre cualquier cosa para estafar a los demás y, en consecuencia, compartía con su novia el gusto por las películas de terror.
Como supondrán, las fiestas de Halloween eran una celebración esperada por los jóvenes. Les gustaba disfrazarse de cualquier monstruo y salir a las calles a molestar a los transeúntes. Para Francia y su novio la vida tenía que ser divertida: “Hay que joder a los demás porque ellos nos joden a nosotros con su aburrimiento”, era su lema.
No obstante, el 30 de octubre del año pasado la cosa fue diferente: Francia estaba viendo televisión cuando de pronto se fue la señal y en la pantalla un muerto le anunció el balazo que le dieron a su pareja por hacerle bromas a desconocidos, pero ella creyó que era un juego más del flaco y por eso se fue acostar. Ya en el sueño, una bruja sin rostro le dijo que tenía que ir al hospital, aunque siguió sin darle importancia al asunto. En la mañana del 31, una mariposa negra con el nombre de su novio escrito en las alas avisó una desgracia, sin embargo, la chica no entendió. A las tres de la tarde se dio cuenta —en serio— que su enamorado estaba en coma y pronto lo desconectarían para que muriera en paz.
En el pasillo del hospital una viejita le recordó que el primero de noviembre era el Día de los Muertos. Que les rezara a las Ánimas del Purgatorio por la vida de su novio, que les prometiera algo y su paciente viviría. Entonces se fue al cementerio y tumba por tumba pidió hasta que la llamaron para decirle que el flaco había salido del coma. Se levantó de la cama diciendo que los muertos le hablaron para darle otra oportunidad.
Desde ese día, cada primero de noviembre, la pareja se pasea por el cementerio haciendo extraños rezos. Y, como si fuera una maldita broma, andan anunciando que tienen vida gracias a los muertos.