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Testimonio de un hombre para quien el reciclaje es un trabajo y también una tabla de salvación. Con un costal al hombro o empujando una carreta, diariamente rehace rutas en una ciudad que no es la suya y donde aprendió a sobrevivir aferrándose a un oficio callejero y estigmatizado.
Por Catherin Barreneche y Mónica Hurtado
Universidad del Cauca
Soy Jhon Jairo Carvajal, tengo 37 años de edad. No me da pena ni miedo contar lo que soy, a veces es bueno que sepan que uno también es un ser humano. Mi niñez parecía la de un niño normal. Jugaba como todo niño, lloraba, reía y me caía también. Y no me faltaba esa imaginación para inventarme juegos. Sin embargo, ni en el más loco de mis juegos imaginé ser lo que soy ahora, un reciclador que vive debajo de un puente.
Nací en Neiva, fui el segundo hijo de mi familia. En total fuimos cuatros hombres y dos mujeres. Nuestra niñez no fue tan fácil, mi papá no era un hombre responsable y mi mamá era muy descuidada. Mi papá trabajaba en la construcción y lo que ganaba todo era para bebérselo, mi mamá aseaba la casa de la gente con plata. De eso vivíamos, pero nos trataba muy mal y cada vez que mi papá le pegaba, ella se desquitaba con nosotros. Fueron años enteros en la misma dinámica. Mi mamá limpiaba la casa de otros, pero la nuestra estaba destrozada. Ella les cocinaba a otros, pero en mi casa las cocineras eran mis hermanas, ellas hacían todos los quehaceres.
Yo sí fui al colegio, pero mis hermanas no, ellas no tenían tiempo, y mi mamá tampoco se interesó en ponerlas a estudiar. Además ¿quién iba a hacerse cargo de la casa? Yo estaba aburrido, pero el colegio era mi refugio, era buen estudiante y me gustaba aprender cosas. El problema era cuando volvía a la casa.
Cuando cumplí 15 años, vino de visita un tío y al vernos tan abandonados y pasando penas, nos dijo que nos viniéramos con él a Popayán. El único que quiso venirse fui yo. No fue tan difícil dejar mi casa aunque me daba pena por mis hermanos. Yo tenía esperanzas de que mi vida mejorara, por eso no me dio miedo. Mis papás no pusieron problema, antes creo que les hice un favor.
El viaje desde mi casa a Popayán fue muy motivante, pero al llegar, se derrumbaron todas mis ilusiones.
Para continuar leyendo esta crónica visite: http://comarcadigital.com/escritos/491-desechables-son-las-cosas-que-botan-a-la-calle
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