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ANA MARÍA RUIZ PEREA
@anaruizpe
La democracia formal, esa que nos convoca cada 2 años a urnas sin falta, es una cosa. Pero la democracia real es un sistema político en el que los ciudadanos son libres e iguales ante la ley, por tanto, propende por un mayor bienestar para todos sin discriminación alguna, promueve las libertades y defiende lo público por encima de intereses particulares. La democracia plena no existe, es solamente el camino que un pueblo asume para convivir socialmente de la mejor manera posible. Existen democracias amplias y democracias restringidas; así que ir a urnas con regularidad es apenas un indicador del sistema.
Según el Índice de Democracia 2018, Colombia ocupa el puesto 51 entre 167 países (nada mal, dirán algunos) y se encuentra en el grupo denominado como las democracias imperfectas. Los indicadores miden año a año los resultados del país en diferentes categorías, la electoral es una de ellas, pero otra es la vigencia de las libertades civiles, en la que se cuentan la garantía de respeto por los derechos humanos y los derechos de las minorías.
Colombia puede subir o bajar en el índice global de democracia, según los resultados que presente el desempeño del Estado. ¿Cuántos puntos en los indicadores globales de democracia estamos dispuestos a perder por cuenta de un gobierno que permite los abusos de autoridad y los desmanes de la Policía Nacional, desatada como anda aplicando el Código a su antojo?
Una cosa es que el congreso expida una norma no taxativa y otra cosa es la interpretación autoritaria que la institución hace del código, al amparo de alcaldes con criterios antidemocráticos de gobierno. Me gustaría saber cómo hicieron, en una institución con 150 mil miembros activos, para decirles que regía un nuevo Código de Policía y qué órdenes recibieron los mandos para su implementación. ¿Quién interpretó las normas y les explicó cuál era su alcance? ¿Cómo les dijeron que las palenqueras y los vendedores de empanadas eran los delincuentes a perseguir?¿Cuál es el artículo del Código que autoriza al agente de policía a defender al agresor y sancionar a los agredidos en un caso de expresiones de odio por razones de género? Parece que les pasaron el código para que cada cual lo interpretara a su leal saber y entender homofóbico, autoritario y corrupto.
La prioridad de la fuerza policial no parece estar en combatir los atracos callejeros que van en aumento galopante, ni a las mafias que trafican a sus anchas. Pero eso si, hay que mostrar que “se ejerce autoridad”, una labor que les encanta, mostrar hasta la indolencia quién es el que manda y expedir en abundancia comparendos económicos. Y al que le revire, peor le va. Hubo un tiempo en el que había cátedra de derechos humanos en la policía, ¿qué les enseñan hoy en día a los uniformados, ese cuerpo altamente jerarquizado y de obediencias debidas, para que anden desmadrados por las calles abusando de su autoridad?
Fácil, es la misma línea de sus cúpulas. La solución al narcotráfico está en fumigar con veneno, no en sustituir, mientras en sus narices sacan toneladas de coca por las costas agrestes del pacífico. La prioridad es joder al débil y hacerse los ineptos frente a la delincuencia. Matan a líderes sociales todos los días, a excombatientes desmovilizados y sus hijos, los narcos cercan poblaciones enteras y las condenan a morir de hambre en la selva. Pero nada de eso parece ser prioridad de la Policía Nacional, cuya apuesta parece ser volver atrás en derechos, en garantías ciudadanas, en empatía. Es agobiante.
En marzo pasado se conmemoraron 100 años de la fundación del partido fascista de Benito Mussolini. Un siglo en el que el fascismo pasó de ser el referente histórico de un régimen totalitario italiano de la primera mitad del siglo XX, a convertirse en el coco para las democracias occidentales, pero ahora, parece ser una aspiración de partidos y gobiernos de derecha. El fascismo no concibe el libre desarrollo de la personalidad, y aboga por formas únicas y superiores para regir el comportamiento de los inviduos. Cuando un sector de la sociedad reclama, el fascista siente que se atenta contra valores superiores.
Algunos teóricos definen el fascismo como una ‘enfermedad moral’, altamente contagiosa, completaría yo. Hay que ver la superioridad moral con la que caminan por las calles unos personajes que se creen autorizados para increpar, agredir y desautorizar a otros, sin pudor. Y el favor que les hacen los uniformados, dándoles razón en sus argumentos de exclusión y discriminación.
Qué desgracia vivir en un país en el que los incitadores al odio son respaldados por la autoridad y los odiados, sancionados. La democracia es cada vez más imperfecta cuando el pueblo elige, aplaude y emula las actitudes fascistas de sus gobernantes.
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