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CARLOS E. CAÑAR SARRIA
Aquello de la modernización del Estado para legitimar el modelo económico neoliberal es algo complicado. La modernización es una categoría socioeconómica utilizada por el capitalismo que no es otra cosa que hacer la apología de una economía de mercado que a su vez reproduce el individualismo. Con la ola de privatizaciones se hace efectiva la disminución del tamaño del Estado, mejor dicho, el Estado prácticamente desaparece, pues las obligaciones que le competen con la sociedad, quedan atribuidas a los particulares a quienes sólo les motiva el afán de lucro.
Los Estados neoliberales son pocos interventores en economía y su único rol termina siendo policivo, garante del orden de los que detentan el poder económico; por eso se habla del Estado gendarme. No interviene en economía pero sí interviene en represión social, es decir, en términos de fuerza y de violencia, según lo estipulan Carlos Marx y el sociólogo Max Weber. El inconformismo, la protesta social, la acción de los movimientos sociales queda controlada por el Estado.
Como no interviene en economía, el Estado neoliberal accede a las exigencias de los países más poderosos y de los Organismos Internacionales de Crédito que dentro de sus políticas, entre otras cosas, está exigir reformas fiscales a los países dependientes, para que éstos no le fallen a sus empréstitos que son sumamente onerosos. Desde luego que la inversión social en los países pobres se hace invisible, situación que se agrava más con la reinante corrupción que hasta el momento no se sabe cómo detenerse.
Obviamente que gobiernos que siguen al pie de la letra las directrices y requerimientos de los países prestamistas, de los organismos internacionales de crédito y de las oligarquías nacionales, terminan siendo impopulares, precisamente porque sus decisiones y acciones se contraponen a los intereses colectivos porque lo que debiera de ser público queda privatizado. Complicado el asunto para los pobres para quienes gobiernan porque pierden legitimidad que es la peor crisis que tiene el ejercicio del poder. Se mantienen en el poder no gracias al influjo de sus buenas acciones sino a la fuerza y al temor que producen.
Cuando un Estado pide ser protegido en lugar de proteger, pierde su razón de ser. Pedir por ejemplo, disponibilidad de la población empobrecida para admitir gustosamente una escalada de impuestos, no sólo es utópico sino también perverso. De otro lado, pretender que países pobres se sumen como actores importantes dentro de los espacios y estrategias de una economía mundial no deja de ser un sofisma. No cuentan con una infraestructura propia y mucho menos una logística como tecnología de punta que sí tienen los países industrializados; la verdad es que los países dependientes no tienen cómo competir en calidad, cantidad y precio; su posición dentro del mercado mundial no es otro que la de ser productores y proveedores de materias primas y compradores y consumidores de productos elaborados en los países desarrollados. La mundialización de la economía en estas condiciones no es otra cosa que la internacionalización de la miseria y la pobreza. Por lo tanto, es necesario humanizar el capitalismo.
Dentro de los retos de los países latinoamericanos encontramos la necesidad de construcción de tejido social que pueda validar la consolidación de sociedad civil para que en términos pacíficos establezcan sus justas reclamaciones ante las instancias de poder; pero también la elección dentro del régimen político democrático, de los gobernantes más idóneos, más capaces, más honestos y con mayor sensibilidad social. Con unos planes de desarrollo acoplados a las demandas y necesidades de la población y en especial de los sectores más pobres; mirar la manera de reducir la deuda externa que algunos expertos han considerado la condonación de la deuda; superar el populismo como opción económica y política, para ello los gobiernos deben diseñar e implementar políticas públicas encaminadas a garantizar los derechos sociales y económicos que paulatinamente entren a superar las profundas desigualdades socioeconómicas de la población. Empleo en condiciones justas con una relativa estabilidad, gratuidad educativa, planes de vivienda y universalización del derecho fundamental a la salud, entre otros aspectos.
Desde luego, que los países latinoamericanos, en la medida de lo posible, deben optar otras posturas frente a las potencias económicas, para actuar con mayor autonomía y menos servilismo. Evitar medidas asistencialistas que lejos están de garantizar una economía social incluyente. Sólo generan y reproducen una población acrítica, mendicante, conforme y atenida. A la gente no se le regala pescado sino cañas de pescar.
Antes de pensar en una internacionalización de la economía debe pensarse en una humanización del capitalismo para contrarrestar los cinturones de miseria que siguen primando en los países subdesarrollados y no “en vía de desarrollo” como se quiere aparentar; seguiremos en el subdesarrollo mientras no sean evidentes resultados satisfactorios en desarrollo humano que se puedan constatar fácilmente.
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