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JUAN CARLOS LÓPEZ CASTRILLON
Esta semana que termina el planeta volvió a hacer memoria sobre los atentados del 11 de septiembre del año 2001. En ese ejercicio algún periodista hizo la tarea de preguntar sobre lo que cada uno de nosotros estaba haciendo esa mañana, mientras los noticieros transmitían las imágenes de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas, un hecho que cambió la historia y tuvo un impacto determinante en la política y la economía mundial.
En forma similar, quienes somos payaneses, nos acordamos perfectamente qué pasaba en nuestras vidas a las 8:15 de esa mañana del jueves 31 de marzo de 1983, cuando un terremoto azotó a la ciudad y – guardadas las proporciones – también partió su existencia en dos.
Hace 17 años las naciones endurecieron su postura frente al terrorismo y en muchos países los gobiernos giraron hacia la derecha, con un poderoso e irrefutable argumento basado en la seguridad. Se habló de supervivencia y ese mensaje le llegó a la parte más reptil de nuestro cerebro, donde el instinto primario que existe se puso en alerta y actuó.
En la tranquila Popayán de hace 35 años, la vida transcurría sin una completa percepción de los profundos problemas sociales que la región venía incubando y que ese hecho de la naturaleza sacó a flote. Desde entonces las cosas cambiaron.
Una gran migración llegó a una ciudad que no tenía ni la infraestructura, ni los recursos, ni las oportunidades para albergar a decenas de miles de personas que buscaban una opción de vida en torno al proceso de «reconstrucción» que se anunció.
Diez años después Popayán era otra, no tanto en sus edificaciones históricas, que lograron ser recuperadas, sino en lo social. El terremoto había desarrollado lentamente su epicentro y la ausencia de vivienda, vías, empleo, salud y educación se hicieron evidentes.
A veces me pregunto si en ese momento faltó una visión complementaria, que posibilitara una política que promoviera en forma más efectiva el emprendimiento y potenciara nuestras fortalezas, para insertarlas rápidamente en una economía que nos venía dejando atrás desde hacia varias décadas.
Eso no sucedió en el post terremoto, sin embargo se vino a dar más adelante, lentamente, en esfuerzos solitarios; después llegó la planificación y el acompañamiento. La región tardó en entender el rol que podía jugar en el entorno nacional y que su alternativa era diferente a la industria con chimeneas -afortunadamente- y empezó a direccionar sus esfuerzos más hacia la agroindustria, el talento y el turismo. Ahí se va caminando.
Para darle una mirada de «vaso medio lleno» a todo ese proceso, paso a preguntar ¿Quién jalonó la mayoría de las iniciativas en la «reconstrucción social»? Mi respuesta puede ser incompleta, pero creo que fue la gente y la academia, no tanto el estado.
Las soluciones que se dieron a la problemática de vivienda, servicios públicos y empleo fueron en gran medida una conquista de las organizaciones sociales. Los espacios del emprendimiento para gestionar el auto empleo crecen ahora con base en los elementos educativos de una nueva generación, formada de manera muy distinta a los empresarios anteriores a 1983.
En cuanto a la ciudad, hay que reconocer que como casi todas las poblaciones urbanas del mundo, ya no «pertenece» a los raizales. Ese concepto desapareció. Las ciudades son multiculturales, con poblaciones móviles, entre más abiertas mas posibilidades de crecer tienen y pueden desarrollar el activo intangible más importante para una urbe, el sentido de pertenencia. En eso estamos atrasados.
El Terremoto del 31 de marzo de 1983 es el hecho, aunque triste, más importante en la historia contemporánea de Popayán. Produjo un gran remezón en la región suroccidental de Colombia y aún no terminamos de entender lo que ha pasado.
Creo que de vez en cuando tenemos que realizar nuestros propios terremotos, para reinventarnos como personas y como organización social. Hay que empezar por hablarle positivamente -repito- al sensor reptil de nuestro cerebro, para motivar la nueva reflexión sobre lo que significa supervivencia y no seguir aplazando las oportunidades que pasan.
PosData: me entusiasma saber que un grupo de amigos y conocidos que estudiamos en la Universidad del Cauca estén trabajando un Taller para documentar todo lo que pasó alrededor de esa fecha de quiebre, el año de 1983.
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