HORACIO DORADO GÓMEZ
Toda la vida, ella y yo esperábamos con ansias la temporada navideña. Para muchos, ésta es una época de felicidad: regalos, comida, fiestas familiares, festejos con los amigos, viajes a tierras cálidas; para otros como yo, será todo lo contrario en este adverso 2020.
De niño aprendí que diciembre era la época de la familia, de ágapes, de reencuentros y de eventos que nunca volverán. Eran tan lindos aquellos diciembres, porque todo era sonrisa y alegría que conmovía no solo a los niños sino a los abuelos del cuadro familiar. Fantástica era esa temporada que envolvía los sentimientos armando el pesebre y decorando el árbol navideño. En fin, era la magia celestial para propiciar las concurrencias familiares.
Hoy, 6 de diciembre, llega de nuevo la Navidad, espacio de tiempo que obliga a pensar de dónde venimos y cuándo nos vamos. Época para reflexionar sobre el cumplimiento de nuestros sueños, los retos que aún tenemos, las oportunidades que debemos aprovechar y las que no debemos dejar pasar. El ambiente navideño nos incita a regresar a nuestras raíces. A evocar la ternura de nuestros seres más cercanos, el recuerdo de la amada ausente, de familiares y amistades que se marcharon para siempre, que nos hacen brotar lágrimas muy sentidamente
Mis lectores, que durante el año esperaron esta navidad, muy felices estarán. Desde niños esa emoción profunda ha colmado nuestros corazones. Con gran devoción, escribíamos cartitas al Niño Dios, pidiendo regalos diferentes todos los días que confundían a nuestros padres. Parte de lo bonito de crecer y, descubrir que ese regalo es la vida misma y que el juguete deseado se convierte en la risa amable de nuestros seres queridos.
La Navidad no siempre traerá recuerdos felices. En algunos, aflorarán aprietos económicos y en el alma las ausencias emocionales y afectivas. Ahora será de otro color al compreder por qué para muchos, desde hace años, cuando murieron sus seres queridos, en sus casas dejaron, incluso, de armar el pesebre y decorar el árbol; aunque otros digan que con el tiempo la situación es llevadera. Para mí, hay un vacío que siempre existirá. Esta será mi primera Navidad sin Alix. Nadie podrá saber el dolor que hay en mi alma, ni entender que el ser que más amaba ya no está a mi lado. Ya no volveré a verla ni abrazarla. Por más que intente o aparente estar bien, ese vacío es inmenso. En fin, es mi problema, lidiar con mi sentimiento de tristeza.
Escribo esta columna a manera de consuelo, registrando todo mi sentimiento, igual que el de muchos, porque hay que aceptar la realidad: lo que fue y lo que no está. Que mi escrito contribuya a la sensación de nostalgia con la que debemos batallar en esta época que no concuerda con la emotividad festiva. Todo cambió y nada volverá a ser como antes; el fallecimiento, por desgracia, marca un antes y un después.
A pesar de la tristeza, debemos estar presentes en lo positivo y no enganchados al pasado. “Vivir hoy como si fuera el último día”. Estas “nuevas navidades” no tienen por qué ser negativas, sino diferentes. Incorporemos nuevos rituales a nuestras tradiciones para repetirlos en las navidades venideras. Simbolicemos al familiar fallecido, a ese ser tan querido que ya no está físicamente para que siga estando presente. Encendamos una vela el día de Navidad en su honor. Coloquemos un adorno especial en el árbol que represente a esa persona, fotos con momentos especiales compartidos con ella. Algo que nos haga sentir bien para recordar al ser amado que ya no está entre nosotros.
Civilidad: Anulemos los golpes del bisiesto 2020.