De la responsabilidad

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Desde el punto de vista de la ética, una de las principales consecuencias del acto moral o humano es la responsabilidad. Cualquier profesión u oficio que emprenda o realice el ser humano inevitablemente tiene connotaciones sociales, precisamente porque los seres humanos somos naturalmente sociales. Afirma Platón, que la necesidad de la vida social y por ende, de la existencia política surge gracias al reconocimiento de la necesidad que tenemos de los demás. Los diferentes oficios y profesiones nos demuestran que no somos autosuficientes y que necesitamos y recurrimos a otras personas, precisamente porque somos conscientes de nuestras limitaciones de todo orden. Por no poder hacer todo lo que necesitamos, por no tener todas las habilidades y destrezas que exige cada oficio o profesión; por no existir la disponibilidad de realizar algunas cosas que aún pudiéndolas hacer, las circunstancias no lo permiten, de manera inexorable necesitamos de nuestros semejantes. Pretender hacer todo una sola persona es inconcebible e inconveniente. Por algo nuestro citado filósofo señala que “zapatero a tus zapatos”.

Es así como médicos, abogados, ingenieros, albañiles, arquitectos, docentes, estudiantes, mecánicos, conductores, pilotos, contadores, psicólogos, sociólogos, filósofos, políticos, etc., hacen parte de una cadena ininterrumpida de individuos que en muchas circunstancias de la vida se auxilian y se complementan mutuamente. Ello exige la responsabilidad en todo lo que realizamos. La buena fe, la seriedad, la dedicación, la mesura, el compromiso, el interés, la buena voluntad, etc., son virtudes comprometidas con la responsabilidad personal y social.

Sin embargo, en una sociedad en crisis como la actual, la falta de responsabilidad brilla en muchas personas. En el ejercicio de sus profesiones u oficios, a leguas resaltan su mala voluntad y sus malas maneras para atender y corresponder éticamente a quienes les necesitan. Sucede igual en entidades públicas y privadas. Actúan con egoísmo, sin sentido de previsión y de futuro, les importa sólo el lucro personal, asumen actitudes excluyentes, desconocen la ley natural de la compensación de “tratar a los demás como pretendamos que nos traten”. Por ejemplo, el médico profesor de medicina que enseña con egoísmo y desinterés a sus estudiantes, seguramente desconoce, que en un futuro algunos de sus alumnos, ya convertidos en médicos, tendrán que restablecerle su propia salud o la de alguno de sus seres queridos. En cualquier momento los médicos son susceptibles de convertirse en pacientes, por ejemplo; y así pasa con las demás profesiones.

A propósito se nos viene a la memoria la historia del carpintero: “Había una vez un carpintero viejo que, cansado ya de tanto trabajar, renunció a su empleo para dedicarle sus últimos años a la familia. Entristecido por la noticia- el viejo era un gran trabajador- el patrón respetó su decisión pero le pidió que antes de retirarse le construyera una casa. El carpintero accedió con desgano e inició la construcción de su última casa. Pronto se dio cuenta de que su corazón no estaba puesto en la empresa. Se arrepintió de haber aceptado el encargo, demoró mucho más de lo calculado y finalmente entregó una construcción meramente correcta, algo que no tenía la calidad habitual de sus obras. “Qué triste manera de terminar mi carrera”, se dijo contemplando la casa. En ese momento llegó el patrón, le entregó una llave y le dijo: “Esta casa es tuya. Es mi regalo para ti y tu familia por tantos años de buen servicio”. El carpintero recibió con vergüenza la llave y vivió el resto de su vida en una construcción que le recordó todos los días su negligencia final. Él mismo escribió años después la moraleja de su fábula: “Trabaja bien siempre. Cada día martillas un clavo, pones una puerta o levantas una pared. Tú eres el carpintero de tu vida: Construye sabia y amorosamente. Trabaja como si no necesitaras el dinero, ama como si nunca te hubiesen herido, baila como si nadie te estuviera observando. Lava ese plato como si los ángeles fueran a comer en él. Para el mundo tal vez seas una persona más, pero para una persona tal vez seas el mundo…”

La verdad es que todo lo que hagamos en la vida, tarde o temprano tendrá su paga, buena o mala de acuerdo a la calidad de nuestras acciones. La misma Ética nos enseña que además de la responsabilidad, otras consecuencias de nuestras acciones son las sanciones que pueden ser positivas o negativas, las positivas se llaman mérito y las negativas se denominan demérito. El mérito produce una sensación espiritual que se relaciona con el deber cumplido; el demérito sólo produce insatisfacción, remordimiento y la sensación de una vida desperdiciada. Todo lo que hagamos se nos devuelve.

Por difíciles y complicadas que resulten las tareas cotidianas hay que realizarlas sin perder el entusiasmo y la buena fe y que esto nos acompañe hasta el final.