De la minga y la cultura de la violencia

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

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Definitivamente Colombia es un país especial. Con un régimen político democrático y un sistema político presidencial. Lo primero está por construirse y lo segundo es tan palpable que viene degenerando en presidencialismo, que no es otra cosa que los excesos y desmanes en el ejercicio de la autoridad, es decir, el autoritarismo.

La Constitución concibe el sistema político presidencial, que atribuye demasiado poder al Ejecutivo, lo que hace algunos presidentes terminen abusando de tanto poder, convertidos en especie de dictadores, actitud que degenera el régimen político.

Toda sociedad es conflictiva, presupone un juego de intereses que en algún momento chocan, lo que hace necesario dirimir las diferencias en forma racional, civilizada y concertada, tal como debe hacerse en una verdadera democracia.

En general, hay dos maneras de resolver los conflictos; la solución negociada y aquella que recurre a la fuerza y la violencia. Desafortunadamente lo más consuetudinario en nuestro país ha sido la fuerza y la violencia en todos los conflictos, incluso los de la vida cotidiana, estos últimos explica los altos índices de homicidios y la renuencia de muchísimas personas a vivir en paz.

Una cultura no aparece ni desaparece de la noche a la mañana. Por eso en Colombia desde el inicio de nuestra época republicana, la constante ha sido la violencia; por eso también muchos colombianos a pesar del proceso de paz siguen bajo los parámetros del odio y la violencia, sentimientos dignos de sociedades primitivas y no civilizadas.

Por eso, la violencia ha sido un obstáculo para convertirnos en país, en Nación y en sociedad civil. Una sociedad tan escindida como la nuestra no sólo produce miedo, sino también terror. Por eso vemos en no pocas ocasiones al pueblo enfrentado contra el pueblo, los ricos le tiran a los pobres y viceversa, cada cual tira para su lado y no hay asomos de cohesión social, de construir país desde la diferencias y buscar coincidencias y acuerdos en lo fundamental.

Los acontecimientos relacionados con la reciente minga indígena no estuvieron exentos de violencia. Algunos muertos y heridos, daños a la economía, reacciones poco amigables de todos lados; discursos hegemónicos de una o de otra parte, arrogancia de unos y de otros, en fin, intolerancia a granel.

Por casi un mes estuvo bloqueada la carretera panamericana, ninguna de las partes cedía hasta que por fin alguien tuvo que ceder, lo que pudo durar menos tiempo demoró demasiado; de ahí el acrecentamiento del descontento social tanto con el Presidente como con los líderes de la minga. El país divido en cuanto a las posturas de los dos actores sociales comprometidos directamente en el conflicto, que por fortuna aparentemente está llegando a su final; ya hay acuerdos y todos esperamos que se respeten.

En los medios de comunicación y en las redes sociales, abundaron discursos incendiarios que incitaban al desbloqueo violento de la panamericana, como quien dice a sangre y fuego. Pero también pronunciamientos a favor de la solución negociada.

Triste que sentimientos de odio y de violencia sigan anidando en el corazón de no pocos compatriotas. Como si las guerras que hemos tenido no hubiesen sido suficientes.

Arremeter con violencia las sedes del Cric, no es sólo una actitud censurable sino también perversa. Ojalá que este tipo de procederes no se vuelvan a repetir. Se ha dicho y se escucha por todo lado, que no pocos de los que apedrearon las instalaciones del Cric fueron pagados por fuerzas desestabilizadoras y que gente que fue a las instalaciones en que los gremios se reunieron en plena minga, fueron también pagados.

Por fin Gobierno y minga pudieron ponerse de acuerdo y esto hay que valorarlo positivamente. Duque en sorpresiva visita a Popayán anunció medidas especiales para afrontar la crisis socioeconómica que dejó el bloqueo.

Quedó demostrada la nula o escasa intermediación de la denominada dirigencia regional. El gobernador de Nariño le quitó protagonismo al del Cauca y los partidos políticos, como siempre brillaron por su ausencia, demostrando lo lejos que están de ser verdaderos intermediarios entre la sociedad civil y el Estado. Fungen únicamente como maquinarias electoreras pero nada más.

Seguramente se realizarán estudios sobre los límites y alcances de la reciente minga indígena, ahí tienen un tema-problema de investigación para los estudiosos de las ciencias sociales y políticas.