Integrante del Centro Interdisciplinario de Estudios de la Región Pacífico Colombiana, CIER
Las corporaciones globales han logrado imponer estilos de vida homogenizantes como por ejemplo sucede con el consumo de alimentos globales que tienen repercusiones directas en la nutrición de la población y la soberanía alimentaria de los pueblos. Todo ello promovido por medio de estrategias -como aquellas que en la década de los años setenta y ochenta del siglo XX difundieron la Revolución verde y más recientemente con los cultivos transgénicos (o segunda revolución verde)-, que generan importantes ganancias para los agentes corporativos.
Algunos productos agroindustriales fueron masificados con fuerza por las Multinacionales de la carne y el azúcar, e incluso expandieron cultivos para la producción de agrocombustibles, integrados a una política de derechos de propiedad que conllevó a la pérdida de la soberanía campesina y el control-posesión-autoridad de las transnacionales sobre toda la cadena productiva de los alimentos, iniciando desde la posesión de las semillas. Con respecto al azúcar, según la OCDEFAO “[…] se prevé que el consumo mundial de azúcar crezca en torno a 1.9% anual, un poco más que en la década anterior, para llegar a 214 Mt en 2024. La creciente preocupación se centra en los problemas de salud debidos al consumo excesivo de azúcar…” (OCDE-FAO, 2015:127).
Así, la alimentación de los seres humanos no sólo se vio afectada por los cambios climáticos globales sino también por el modelo económico que privilegió la producción corporativa-industrial de comida, la destrucción de la sociedad campesina y la tendencia creciente a la especialización económica de las áreas en donde se impone el extractivismo y la monoproducción. A ello se sumó un comercio global de alimentos industrializados, dinamizado por las ventajas que ofrece la publicidad para incitar al consumo.
Se está experimentando una estandarización de la dieta alimenticia que tiene como consecuencia el exterminio de la diversidad agrícola y alimentaria. Incluso una globalización de la dieta tiene efectos nocivos para la salud humana. El CIAT lo ha señalado: “Más gente está consumiendo más calorías, proteínas y grasas en base a una lista cada vez más corta de los cultivos mayoritarios, como el trigo, el maíz y la soja, junto con la carne y los productos lácteos” (OEI, 2014). Esto implica grandes riesgos para la sustentabilidad en aquellas regiones donde su agricultura tradicional se ha transformado.
En Colombia por ejemplo, existen regiones superespecializadas en la extracción bien sea de petróleo, de oro, el monopolio de la caña de azúcar y la palma de cera: el valle geográfico del río Cauca y, más recientemente, en los Llanos Orientales, se han transformado áreas megadiversas en espacios especializados en caña de azúcar para agrocombustibles. Las ganancias de esta monoproducción quedan concentradas en los agentes del capital agroindustrial, pero los estragos ambientales como la contaminación de las aguas, del aire y la destrucción de los humedales, los ríos y las cuencas hidrográficas sí se distribuyen sobre la población. El Plan Frutícola promovido por el gobierno departamental del Valle no ha logrado despegar y los cultivos como el maíz, el plátano, el arroz, la soya, el sorgo, el frijol entre otros poco a poco han desaparecido del contexto espacial de la zona plana. Solo basta hacer unos cuantos cálculos con los datos que ofrece el Anuario Estadístico del Valle del Cauca para darse cuenta de ello. Es decir, de cómo la diversidad agrícola en la zona plana representa hoy tan solo el 35% frente a un 75% de la tierra cultivada en caña de azúcar.
Obsérvese cómo la explotación de la tierra en el valle geográfico del río Cauca la hacen unos agentes agroindustriales de monopolio cañero y no los campesinos: se tiene una extensa agricultura comercial sin campesinos.
Frente a esta tendencia homogenizadora, existen razones para la esperanza y un cambio de mentalidad por cuanto las comunidades vienen resistiendo de distintas maneras: trabajando por la soberanía de la producción propia de semillas y alimentos; otros por el derecho de comerciar sus productos y poder habitar sus territorios. En algunas zonas como el norte del Cauca, las comunidades continúan promoviendo los huertos caseros y comunitarios; poco a poco la agricultura urbana hace presencia en la ciudad; algunas personas resisten a partir de la “revolución de la cuchara” transitando hacia las prácticas vege- tarianas y veganas; comunidades urbanas trabajan por el reverdecimiento de la selva de cemento; otros, como las comunidades indígenas, luchan por la liberación de la Madre Tierra. Poco a poco se forman más jóvenes en carreras ambientales y afines al trabajo comunitario, participando políticamente en organizaciones y movimientos políticos. La defensa y el amor por los animales se toman todos los espacios. Hoy toda una comunidad exige al Estado más protección a la vida y la naturaleza.
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