QUEIPO F. TIMANÁ V.
Podríamos afirmar que el planeta tierra es un cruce de caminos, el sedentarismo es muy posterior a la existencia humana, por cuanto lo común era ir de un lugar a otro en la búsqueda de mejores condiciones de vida, de comida, huyendo de una sequía, del frío, de una guerra; es cuando aparece la agricultura que los pueblos comenzaron a volverse sedentarios.
La autora Laura Restrepo nos dice: “Todos los grandes gestos de los pueblos tienen que ver con los desplazamientos. Si piensas en la Ilíada o la Odisea, Ulises es el gran desplazado. En la Eneida es Eneas huyendo de la guerra de Troya y en camino a la fundación de Roma. El que se marcha se lleva consigo su cultura”.
El escritor William Ospina me aporta para esta reflexión: en el continente americano su población está compuesta de desplazados, los asiáticos llegaron hace veinte mil años, los europeos hace quinientos años, los africanos, hace más de cuatrocientos años. Se puede decir que América es culturalmente una síntesis de Europa, Asia y África, con la llegada de las tres culturas se arrasó en gran parte la cultura indígena y la cultura europea se impuso y asumió el poder. En donde se presentó mayor resistencia de la cultura invasora, se logró imprimir una mezcla compleja con las tres culturas, tanto de la indígena como de la africana, en la evolución de la cultura americana lo resultante luego de varios siglos, es que es diferente como producto de dicha fusión y esa es nuestra riqueza para dialogar con el mundo.
Es un tanto difícil sostener que somos originales, por cuanto los aportes de las otras culturas son significativos, como lo son: la lengua, la religión, las instituciones, las razas y hubo que enseñarles a ser americanos.
Colombia dice tener aversión a lo foráneo, y lo demuestra en su normatividad impidiendo la llegada de nuevas culturas, lo cual insidió en su estancamiento cultural, pero las razas que se fundieron en Colombia vinieron de lejos, la raza blanca nos llegó de Europa, la raza negra nos llegó de África y la raza indígena, aunque se crea original, también nos llegó de lejos, de Asia.
La lengua que hablamos llegó de muy lejos, luego de un proceso de siglos en su conformación. Recibió aportes del latín y del griego, también de la cultura árabe, que dominó a la Península Ibérica durante ochocientos años, aquí en América se enriqueció con palabras de las lenguas indígenas y con las expresiones culturales que denominaron un nuevo mundo. A nuestros poetas les encantaba nombrar lo desconocido y lo lejano, pues tiene su hechizo lo extranjero, Guillermo Valencia, nuestro poeta insignia nos exaltaba en sus sonetos: “dos lánguidos camellos de elásticas cervices, para completar una rima de tristeza”.
Por el contrario, la tierra nativa ofreció una abundante fuente de nombres que no eran recogidos en el lenguaje elocuente e ilustre: piñas, lulos, guanábanas, guayacanes, gualandayes, canoas, jaguares, toches, bohíos, chamanes, chibchas, u´was, taironas, nutibaras, paeces, panches, zenúes, anacondas, tapires, manatíes, malocas, el río Sugamuxi, el río Yuma…
El extranjero tenía el conocimiento que venía a enseñar, pero tuvo también que aprender a nombrar lo que era propio de esta cultura: la pampa y la puna, el país de los guaraníes y el reino de los incas, tuvo que aprender a conocer el maíz y las papas, el tomate y el chocolate, la yuca y su casabe, las dantas y los chigüiros. Tuvo que beber la savia del continente al que había llegado, también hubo aportes en la música y las artes.
Si queremos valorar nuestra cultura, debemos conocerla, debemos superar los prejuicios de tradición colonial y por el contrario, al conocer nuestra cultura, debemos ser interlocutores de nuestra historia y tradiciones por el mundo, sin complejos, en el avance incesante de las culturas del mundo.
La comunidad solo es posible cuando los grupos humanos por diversos que sean, se reconocen en el territorio al que pertenecen, aprenden a amarlo y compartirlo y no gastan sus vidas en odiarse unos a otros, en discriminarse unos a otros.