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En la noche del miércoles, en un pequeño cerro que rodea la cabecera municipal de Miranda, la familia Yaqui Muse vivió en carne propia los horrores de esta absurda guerra; dos ‘tatucos’, disparados por delincuentes armados envestidos en el nombre de un caduco grupo guerrillero que cada día se distancia más de ese pueblo que representan y por el que supuestamente están alzados en armas, impactaron una humilde vivienda construida con esterilla, guadua, plástico y zinc. Las dos explosiones causaron la muerte de una niña de 2 años, nueva víctima inocente que engrosará las fatídicas estadísticas de este eterno conflicto armado. La acción terrorista causó también heridas de gravedad a la madre de la pequeña y lesiones leves al esposo de la mujer y dos menores de edad, miembros de esta misma familia.
Posiblemente este bárbaro accionar de las Farc solo quedará registrado como un daño colateral, justificado en un ataque contra la fuerza pública, por lo que solo generará los ya consabidos y repetitivos rechazos de parte de los entes gubernamentales y estatales, así como de las instituciones que apoyan la labor humanitaria y prestan servicios de ministerio público.
Sin embargo, queda la sensación que un fatídico desenlace como este debería despertar una reacción más fuerte en contra del grupo armado, más cuando ya el mismo presidente de la República se había pronunciado con dureza a comienzos de semana contra las Farc, luego de los reiterados ataques contra la infraestructura petrolera, los daños ecológicos por la voladura de oleoductos y el riego de petróleo en el Putumayo y los atentados a los acueductos en el meta.
Se necesita hacer toda suerte de volteretas ideológicas y retorcer los postulados revolucionarios con el fin de encontrar justificación para la ejecución de un atentado con artefactos explosivos que termina causando la muerte de un angelito de dos años, o como el que destruyó el tubo de suministro para el acueducto de tres poblaciones en Meta, que dejó desprovistas de agua por más de una semana a miles de personas; o el ataque que dejó sin el suministro de energía a una ciudad de más de 400 mil habitantes como Buenaventura, para añadir así otro grave predicamento a la de por sí desesperada situación del puerto colombiano.
Y no es para menos, ya que a pesar de que conseguir una salida negociada al conflicto armado fue el compromiso adquirido por Santos en las urnas, al ser reelegido para un segundo periodo, al mandatario se le notó visiblemente molesto con la arremetida violenta de las Farc, que según analistas, busca con dichas acciones demostrar su fuerza militar y capacidad de impactar al estado colombiano.
“Ellos mismos están cavando su propia fosa política porque eso es exactamente lo que hacen, que la gente los rechace cada vez más.
El ultimátum de Santos coincide con un documento publicado por la Ong Human Rights Watch según el cual “Las Farc ejercen un férreo control sobre la vida de numerosos residentes de Tumaco, que son obligados a guardar silencio mientras la guerrilla instala minas en sus campos, los expulsa de sus hogares y mata a sus vecinos y seres queridos con impunidad”.
Los colombianos y por supuesto que la gran mayoría de caucanos queremos el fin de la guerra. Pero las Farc, con su escalada terrorista, generan un mal ambiente para el referendo o Asamblea Constituyente que deberá avalar los acuerdos de La Habana.
Flaco sabor se presta a las propuestas de paz y pone en peligro todo lo que se ha logrado hasta la fecha. Pero entonces queda en el ambiente la pregunta ¿A lo mejor es que no les interesa?
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