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LISS BASTO
Nadie dijo que alcanzar la paz sería fácil, si bien existe un acuerdo donde se dio tregua a una guerra que agobió al país durante un aproximado de cinco décadas, es deber ciudadano saber que dicho acuerdo se firmó con tan sólo uno de los grupos armados que hacen presencia en la geografía colombiana y además de ello no debe desconocerse que existen más culpables que inocentes, términos que sintetizan una triste disputa y que representan para la gran mayoría de las personas dos polos opuestos ya que por culpable se entiende a aquel que cometió hechos victimizantes contra individuos y comunidades mientras que el inocente es aquel que los padeció.
Sin embargo, me pregunto ¿acaso sólo quien empuña y detona un arma es culpable?, desde mi punto de vista ese sólo es el acto representativo del crimen, porque aunque resulte paradójico si observamos el panorama en toda su amplitud éste indica que todos tenemos responsabilidad ya sea por acción u omisión de las atrocidades que ocurren a diario. Es culpable aquel que detona el arma como aquel que da la orden, es culpable aquel que paga una condena como aquel que guarda silencio, es culpable aquel que difama a los victimarios como aquel que cree las difamaciones, es culpable aquel que señala y juzga sin pudor como aquel que sigue albergando rencor en su corazón.
La realidad del país se ha resumido a víctimas, dolientes de las víctimas y victimarios, y expreso un profundo respeto y admiración a dichos dolientes ya que son ellos quienes han debido cargar con el peso del dolor en un mundo hostil e individualista en el cual importa más el “algo debe haber hecho para que lo asesinaran” que el bienestar mismo del doliente. No obstante, me cuestiono ¿sólo fue la víctima y su doliente los que sufrieron? O se han detenido a pensar si fue ¿voluntad o presión sobre el victimario lo que lo condujo a cometer ese hecho? Y con estos dos interrogantes surge un tercero ¿Quién ha sido el culpable y quien el inocente?
Los afectados pueden dar su testimonio un sinnúmero de veces señalando y describiendo a su victimario; las autoridades pueden escuchar dicho testimonio y reconstruirlo, pueden registrar los datos de los acusados, hacer el bosquejo de sus rostros, emitir circulares para su captura, pueden enumerar los crímenes cometidos, pueden enumerar el número de personas afectadas, pueden enumerar los efectos emocionales individuales y colectivos, pueden enumerar los hechos victimizantes y al final ¿cuál es el resultado?, el resultado es uno sólo “cifras”, porque las partes involucradas terminan representando sólo cifras para el país las cuales incrementan o disminuyen en ciertos periodos y lo más irónico es que al final de todo es una cifra disfrazada de “reparación” la que concluye con todo un ciclo de horror, porque tristemente nos vendieron la idea que mediante la reparación todo llegaría a feliz término y lo más triste es que como ciudadanos lo creímos, naturalizamos el término sin reflexionar que lo único que admite reparación son los objetos más no los sujetos.
Para puntualizar, refiero las palabras de William Ospina lo que hay que hacer con las guerras es pasar la página, y eso no significa olvidar, sino todo lo contrario: elaborar el recuerdo, reconciliarse con la memoria. Es tener la convicción y el deseo de ponerle fin a esa guerra que se alberga en nuestra mente y en nuestro corazón, es resurgir del dolor y la desdicha, es luchar primero por alcanzar la paz interior para no sumarnos a ese colectivo que trata de inclinar la balanza a su favor buscando culpables o inocentes.
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