RODRIGO SOLARTE
En las sociedades democráticas, los años de vida ciudadana activa e informada, nos da diversos conocimientos para opinar sin pontificar, sobre lo local y lo global, lo individual, grupal y colectivo que nos interese por actividad, formación y capacitación lograda hasta ese momento.
Eso es ejercer políticamente la ciudadanía que la juventud de este siglo XXI está asumiendo sin permiso de los mayores, y de no pocos gobernantes que aspiran, de diferentes maneras, seguir concentrando tal derecho, pretendiendo judicializar a quienes no comulguen con su ideario.
La pluralidad de la Constitución de 1991 y los Acuerdos de 20016 para dejar las armas como medio de conservar la vida y dignidad en la solución de conflictos, convirtieron tal necesidad promotora de la convivencia humana, en norma civilizatoria de la sociedad colombiana.
Su no puesta en práctica, es una de las razones estructurales que habría prevenido o aminorado la situación actual, agudizada por la inesperada pandemia planetaria.
No se niega la complejidad acumulada, pero cuando como HUMANIDAD tenemos al SER HUMANO como centro de las preocupaciones centradas en su VIDA y TERRITORIO diverso existente en las regiones, y EL DIALOGO sincero para llegar a acuerdos y compromisos a cumplir a corto, medio y largo tiempo, es el principal medio para lograr mayorías en los consensos para un MEJOR VIVIR, la paz en los espíritus acerca esa esquiva PAZ estructural, que posibilite dedicar talentos y riquezas, aprendiendo a solucionar los normales conflictos que la diversidad humana y de intereses puntuales, experimenta.
La revolución de las comunicaciones está complementando la ciudadanía presencial con la virtual, acercándonos tecnológicamente a la cotidianidad planetaria y cercana, pero exigiendo mayor y mejor formación tanto humana como científica para el presente y futuro que las nuevas generaciones se encargarán de corregir y mejorar con sus criterios y experiencias anteriores positivas aplicables.
Todos los sectores sociales, productivos y consumidores de la ciudad y el campo, están en mayor o menor proporción afectados por esta SINDEMIA Y PANDEMIA que nos reta como civilización y sociedad plural que conformamos.
Todas las áreas del conocimiento en lo micro, lo macro, terrenal y espacial, han desarrollado procesos para mejorar las condiciones de vida de la especie humana, descuidando el hábitat planetario de subsistencia y continuidad, al concebirlo, más como objeto a explotar por las riquezas que contiene, que como sujeto, también con derechos. Desde los primeros habitantes o aborígenes, se le ha considerado como MADRE TIERRA.
Los diálogos políticos ya son cotidianos, ello no excluye la necesidad de talentos profesionales dedicados con la gente joven y anteriores expertos, al conocimiento histórico, actualizado y prospectivo de comunidades y sociedades como la nuestra con toda su diversidad cultural.
La popularización fundamentada y seria de los conocimientos ha de continuar, presencial y virtualmente, excluyendo lo que popularmente se concibe como politiquería y clientelismo, componentes de los populismos promeseros que explotan la pobreza y miseria económica de los ciudadanos.
Así como la prevención del contagio con todas las medidas de bioseguridad, ya hace o debe hacer parte de nuestra cotidianidad en todos los espacios donde transcurre la vida, mientras con las vacunas se alcanza la inmunidad colectiva o de rebaño, las múltiples crisis preexistentes y las actuales, al superar lo personal y familiar, trascendió a lo social o colectivo, esencia de LO POLITICO INTEGRAL, esto es, para todos y cada uno de los sectores, que activa o pasivamente, debemos responder por la vida material y espiritual, física y metafísica, que hasta el sentido común, diariamente evidencia.
Solo pretendo que estas reflexiones de adulto mayor, sean de alguna utilidad para sus lectores.