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ANA MARÍA RUIZ PEREA
@anaruizpe
La Asamblea General de las Naciones Unidas, el escenario por excelencia de la diplomacia, como siempre fue el escenario en el que las tensiones entre países se muestran ante el mundo. Las cosas han cambiado muy poco desde la Guerra Fría, un país mueve fichas por aquí y el otro las mueve por allá, y mientras en el gran recinto se hacen llamados a la paz, en los salones alternos se concretan reuniones bilaterales en las que se destapan las cartas tapadas en el juego de la geopolítica que, más que un ajedrez, es como un poker en el que unos países cañan, nadie conoce todas las cartas y más de un jugador esconde ases en la manga. El asunto es que cada apuesta que aprieta el juego puede traer consecuencias favorables para los jefes de Estado, pero el efecto siempre será devastador para los pueblos involucrados; como bien dice Diana Uribe, hay países donde la gente se muere de geopolítica. Así que ver a Colombia metida en un juego de estos nos pone, con toda razón, los pelos de punta.
No hace falta ser paranoico ni alarmista profesional para percibir el enorme peligro en el que nos ponen las cartas que se jugaron en esta ocasión. No se trata de Maduro o de Trump como lobos solitarios mostrándose los dientes; se trata de una confluencia de factores de riesgo que amenaza con enfermar a Colombia de geopolítica.
Los protagonistas principales de esta tramoya belicista son Donald Trump y Nicolás Maduro. El primero jugó la carta de las sanciones económicas a un amplio número de dirigentes del gobierno venezolano incluida Cilia, la esposa del presidente. “Cobarde, métase conmigo pero no con mi familia”, vociferaba Maduro desde Caracas, mientras su canciller y embajadores gestionaban afanosamente una cita cara a cara con Trump, cita que no se dió.
Al único presidente de América Latina que el ostentoso millonario le concedió una reunión bilateral fue el novel Iván Duque, y lejos de tranquilizar semejante deferencia, la imagen resultó patética. Ví al Presidente de mi país sonriendo nerviosillo cuando escuchaba como Trump se burlaba del ejército venezolano en claro alarde de garandeza. “Es un régimen que francamente sería muy fácil de derrocar si el Ejército lo decide”, dijo el fantoche; y Duque al lado, calladito. No necesitaba decir nada, porque el eco lo hacía desde el congreso colombiano el expresidente patrón, alentando a los soldados venezolanos para que apunten hacia el Palacio de Miraflores.
Mientras Estados Unidos y Colombia apretaban sus manos ante las cámaras en la conferencia de prensa, Venezuela movía tanques y tropas a la frontera colombiana. Maduro viajó a Nueva York donde, no más aterrizar, sostuvo encuentros bilaterales con el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia y con el presidente de Irán, como prólogo de su discurso ante la Asamblea General, dedicado solicitar a las Naciones Unidas una investigación del atentado que sufrió en agosto pasado, porque según aseguró, quienes intentaron matarlo fueron entrenados por autoridades colombianas, en nuestro territorio.
No han sido pocas las tensiones históricas entre Colombia y Venezuela, y siempre se han resuelto pacíficamente. Pero como buenos hermanos, sabemos cómo mostrarle los dientes al otro. Lo que hace diferente la situación actual es que se atravesó el interés del matón del barrio, con intenciones de tumbar el régimen dictatorial con el beneplácito nuestro, los vecinos amigables.
Colombia le pone las cosas muy fáciles a Estados Unidos. Le quiere incrementar el negocio de la aspersión aérea (glifosato, avionetas, pilotos, etc), y le recibe agradecida la platica de asistencia humanitaria para los migrantes venezolanos, un drama que está instalado en cualquier esquina del país. Colombia no puede cerrarle las puertas al pueblo venezolano, no solo por cuestión de humanidad, sino porque es imposible controlar 2.220 km de frontera porosa, que tiene más trochas de hampones que carreteras; necesita ayuda internacional para atención humanitaria, no puede negarse, ¿pero a qué costo?
¿Qué quiere Trump con Venezuela, que convirtió a Duque en su nuevo mejor amigo? Aquí confluyen personalidades e intereses altamente peligrosos. Un país con mucho petróleo, con una dictadura de quinta, una crisis humanitaria desbordada y un vecino aliado, configuran el escenario ideal para un presidente sin pudores como Trump, que necesita con urgencia afianzar las mayorías en el congreso de su país, y está a un mes de elecciones parlamentarias. Una pataleta, un amenaza de invasión, una acción de fuerza, todas son opciones que están en la cabeza naranja del presidente más poderoso del mundo. Pero si detrás de estos delirios de poder, el Presidente de Colombia sonríe nerviosito y asiente con la cabeza la impudicia del gringo, quedamos todos los colombianos en riesgo porque, gústenos o no, en las movidas del joven Duque se juega el pellejo del país.
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