¡Comámonos las zonas verdes!

LUCY AMPARO BASTIDAS PASSOS

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A raíz de mi columna ´Ciudad blanca y verde´ me llegó información del agrónomo Roberto Segovia Benavides, sobre el proyecto ‘Ciudad comestible’ que labran en cuatro ciudades de Alemania: Minden, Kassel, Waldkirch y Andernach. Ésta última con una población de 30.000 habitantes al norte del estado alemán de Renania-Palatinado, es la pionera de la “Ciudad comestible” donde sustituyen sus zonas verdes tradicionales por huertos sembrados por vecinos y personas desempleadas que a la vez pueden proveerse de esos productos.

En Andernach la idea surge en 2010 de un funcionario de la Oficina de Planificación Urbana: Lutz Kosack apoyado por el alcalde Achim Hütten, del Partido Socialdemócrata (SPD). Al principio hubo incredulidad sobretodo en el Concejo municipal del que no fue fácil obtener el permiso, dice el promotor de la idea: “Los políticos se oponían, temían que los espacios verdes se echasen a perder o se deterioraran, tenían miedo al vandalismo y al rechazo de la ciudadanía”.

La idea no es sustituirlo todo, agrega, se combinan los sembríos con flores ornamentales y arbustos. Los ediles desterraron sus dudas cuando vieron el entusiasmo con que los vecinos acogieron este proyecto. Se dieron cuenta que desde la oficina podrían recoger sus frutos y asombrados quedaron con los números: 100 tomateras plantadas a orillas del río Rin cuesta un euro y medio la unidad, mientras el mantenimiento del vivero ornamental que había allí llegaba a costar 500 euros al año al contribuyente. Un metro cuadrado de tulipanes u otras flores costaba 60 euros al año; los arbustos que lo ocupan ahora le salen a la ciudad en 10 euros, ¡y encima dan frutos! El Municipio ahorra dinero al cultivar estos espacios pues resulta más económico que mantener y sustituir plantas ornamentales.

Los habitantes de Andernach pueden consumir los vegetales y hierbas aromáticas que cubren una quinta parte de los parques, jardines y zonas verdes del poblado. Los cultivos en el centro alcanzan 8.000 metros cuadrados y 13 hectáreas en predios de propiedad del municipio ubicados en bordes urbanos. La alcaldía financia el mantenimiento de los cultivos realizados por desempleados a través de subsidios federales que reciben como pequeño salario.

La ciudadanía se ha involucrado activamente en el proyecto y ello abarata los costos: muchos cavan, siembran, riegan, podan y cosechan. Organizan debates sobre qué plantar en cada parcela o cómo hacerlo explica la arquitecta paisajista Heike Boomgaarden, también cerebro del proyecto. Quienes no participan directamente igual respetan los cultivos que antes eran urinarios nocturnos o depósitos de basura, añade. Se han sembrado especies en vía de extinción donde bulle la actividad humana y vegetal en un paisaje cambiante. Educamos sobre sembríos, estamos pensando en semáforos que indiquen cuando un cultivo está listo para cosechar para que no se coja antes de tiempo, añade. Los letreros de “No pise la hierba” fueron sustituidos por “Coja lo que quiera”.

Andernach ha recibido premios por su contribución al desarrollo sostenible, a la alimentación saludable, a la lucha contra el cambio climático y al impulso de nuevas formas de participación social. El éxito del experimento lo está volviendo contagioso: las localidades austriacas de Kirchberg y Wagram también se han tornado ciudades comestibles. Más de 300 municipios de Alemania, Países Bajos, Suiza, Austria, e incluso de Sudáfrica y Australia han pedido información.

¿Será que resulta contagiado de esta idea algún candidato o candidata a la alcaldía de Popayán? Así los huertos particulares que se vienen impulsando como agricultura urbana, podríamos extenderlos a ciertas franjas verdes públicas, ¡y los volvemos comestibles!