Colombia, país sui géneris

CARLOS E. CAÑAR SARRIA

[email protected]

Difícil creer que la percepción sobre la popularidad de Iván Duque viene en aumento por sus posturas sobre Venezuela y con el Eln. La verdad es que se tiene la sensación de que Duque en lugar de estar preocupado por la situación de la democracia colombiana está más motivado por la venezolana; como si nuestra democracia no estuviera en crisis. Atender los problemas del vecino cuando en casa propia no hay asomo de resolver los propios.

Ante la pérdida de legitimidad del mandatario, éste pretende ganar protagonismo internacional poniéndose a la orden del presidente norteamericano que no descarta invasión a Venezuela por la vía de Colombia, para sacar por la fuerza a Maduro y ratificar el poder gringo en Latinoamérica y en el contexto mundial.

Y Duque bien campante siguiendo las órdenes y orientaciones de Trump, a quien visitó la semana pasada en Washington. Como si no tuviese problemas que resolver en Colombia. Los altos índices de corrupción, asuntos referentes al posconflicto, profundas desigualdades socioeconómicas que ponen a Colombia dentro de los países más desiguales en la región latinoamericana, con los más bajos indicadores en desarrollo humano y convivencia civilizada.

Lejos está Colombia de convertirse en un país autónomo y soberano. Y muy lejos de saborear una democracia moderna erigida en valores como la igualdad y la libertad. Colombia como otros países de la región latinoamericana no ha estado exenta de un destino trágico. Similar proceso del descubrimiento a la República; divisiones intestinas entre los partidos que contribuyeron a reconquistas y nuevas dependencias.

Después del colonialismo español, pasamos a depender de los ingleses para después quedar en las garras de los Estados Unidos, es decir en el neocolonialismo norteamericano, tan dispuesto siempre a la defensa de sus propios intereses, soportado en invasiones, guerras y sangre bajo el sofisma de la defensa de la democracia o en contra de armas químicas donde no existen.

El presidente Duque, ansioso de protagonismo internacional, preocupado por la dictadura venezolana, no ha comenzado a gobernar su país.

No hay quién atienda los cinturones de miseria en ciudades, en pueblos, en el campo; la salud hecha añicos en manos de las empresas particulares, la educación pública amenazada, miles de desocupados; cientos de empleados y subempleados en condiciones laborales deplorables.

Muchas regiones sin saneamiento básico y sin agua potable, niños en la Guajira muriéndose de la desnutrición y el hambre y Duque empantanado en la crisis venezolana. Una fiscalía deslegitimada mientras siga atornillado en el cargo Néstor Humberto Martínez que lleva en sus hombros el peso de Odebrecht; un Congreso renuente a depurarse, un Plan de Desarrollo ajeno a los intereses colectivos.

Cada día un nuevo escándalo que tapa los anteriores en un devenir tedioso donde de todo pasa y nada pasa. Un país enfrascado en la vestimenta de la primera dama y en los zapatos de Petro. Colombianos entretenidos en los cabeceos de pelota, cantos, uso de instrumentos musicales y metidas de pata de Duque que lo han convertido en personaje caricaturesco mientras nos clavan de impuestos y privatizan lo que debe ser público.

Con un Código de Policía que está haciendo estragos por el autoritarismo que se evidencia en las redes sociales y en las calles. El escándalo producido por la multa impuesta por un policía a un joven y a una señora por casi un salario mínimo al comprar y vender una empanada bajo el argumento de violación del espacio público; sin que el país entienda que el problema no está solo en el policía sino en el Congreso que elaboró y aprobó la ley. Reina la inseguridad en las calles, robos, atracos, compraventa de narcóticos, asaltos en ciudades al garete mientras policías se dedican a cazar compradores y vendedores de empanadas.

Un país donde ni siquiera hay asomo de sociedad civil; por eso hace varios años se reeligieron a los mismos congresistas que fueron revocados; por eso en consultas populares la guerra le ganó a la paz, la corrupción a la honestidad y otra vez ganó el presidente eterno…y seguimos siendo catalogados entre los más felices del mundo. País sui géneris que en la cotidianidad no nos muestra nada diferente que la prolongación de la Patria Boba. Los anteriores son apenas unos episodios que nos hacen un país especial.