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JUAN CARLOS LÓPEZ CASTRILLÓN
Tuve oportunidad de leer el informe de este año de Rankia (la primera comunidad financiera en línea de habla hispana del mundo), sobre las mejores ciudades para vivir en Colombia. Según ellos son Medellín, Manizales, Barranquilla y Bucaramanga. El año pasado estaba Santa Marta en lugar de la última.
Me detuve en los criterios que se tomaron en cuenta para realizar esta clasificación: seguridad, salud, educación y movilidad. Pero adicionalmente se involucra un elemento subjetivo: el orgullo que sienten sus habitantes por vivir ahí.
¿Y qué es el orgullo? Sencillamente creer en lo que se tiene. Quererse.
Adicionalmente, me llamó la atención cómo todas las ciudades vienen fortaleciendo su potencial turístico y el listado de actividades que ofrecen para ir a visitarlas.
¿Qué promueven? Sus parques, plazas, museos, teatros, espectáculos, pueblos aledaños, deportes, arquitectura, gastronomía, centros comerciales, universidades, iglesias, naturaleza, entre otros.
El caso de Medellín es de los más interesantes. Hace 30 años era estigmatizada como la ciudad del narcotráfico y la violencia y a pocos les entusiasmaba la idea de visitarla. Hoy es número uno en calidad de vida -distinción que ostenta desde hace ya algunos años- y un destino internacional de primer orden.
La pregunta es ¿Qué han hecho estas ciudades para ser referenciadas como las más vivibles?
Parte de la respuesta es innovando en torno a su competitividad. Eso significa reinventarse permanentemente, entender que el turista no siempre querrá ver el mismo museo y comer el mismo plato. Eso se llama construcción de productos.
Pero tienen un elemento adicional y diferenciador, es la actitud positiva de la gente, a la cual hay que sumarle el desarrollo de una genuina resiliencia, esa palabra de difícil pronunciación pero de gran significado: capacidad de los seres humanos para adaptarse y superar circunstancias adversas.
¿Cómo se llega a eso? Construyendo Cultura Ciudadana. No todo es pavimento; y en la medida en que este concepto se involucra en el esquema educativo de cada habitante se avanza más rápido hacia el desarrollo.
Hace parte de la Cultura Ciudadana el respeto por nuestras diferencias, la tolerancia, el buen trato a los niños, a los adultos mayores, a las minorías, a los animales y en general a todos los seres que habitan el contexto.
También están el correcto manejo de las basuras, sembrar árboles, impulsar líderes, apoyar el arte, las expresiones populares, la artesanía, el respeto por las normas de tránsito, no contaminar los ríos y quebradas, fortalecer las juntas de acción comunal, conocer nuestra historia, la cátedra de emprendimiento juvenil, comprar lo que se produce en la región, celebrar los triunfos del vecino, actuar en equipo, entre otras.
La Cultura Ciudadana es toda una ruptura. Como lo han sido en el pasado otros fenómenos que han mejorado la historia de la humanidad. Ella termina produciendo ese orgullo del que hablaba hace un rato y que nos posibilita creer en lo nuestro, en lo que somos. Eso genera esperanza, optimismo.
¿Cómo empezamos? Dentro del proyecto BID 2037 existen unos apartes que se llaman Educación para la Paz, que en la práctica son Cultura Ciudadana, ese debería ser el primer y más importante proyecto que la administración municipal debería jalonar.
Mientras tanto se puede avanzar en el diseño de una política pública de cultura ciudadana, la cual posibilite darle herramientas y presupuesto a la alcaldía en el inicio de las tareas que se determinen. Sobre ese tema algunas personas me han contactado con ideas muy interesantes, que aportan para la reingeniería que necesitamos.
Posdata: produce entusiasmo ver cómo otras ciudades se superan y podemos tenerlas como referencia de lo que se puede hacer en nuestra tierra, como es el caso de Manizales. Hace unos decenios venían de allá a educarse en Popayán, es bueno asomarse a lo que están haciendo.
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