La organización en polis, pequeñas ciudades-estados en la Grecia antigua, hizo de los ciudadanos actores importantes en la construcción de su propio destino. Es así que uno de los principales aportes de los griegos a la humanidad es la construcción de ciudadanía.
Se puede afirmar que con los griegos por primera vez en la historia aparece el ciudadano con sentido de pertenencia a su ciudad, con derechos, obligaciones y responsabilidades. Los niños y jóvenes eran preparados para ser útiles a su comunidad; educación que incluía buenos modales y buena conducta. La participación polìtica en asambleas permitía elegir, desempeñar cargos, luchar por la defensa de la ciudad. La ciudad griega era una comunidad ética y polìtica que los ciudadanos mantenían con celo y con orgullo. Organización que en tiempos actuales en que abundan ciudades caóticas, faltas de sentido ético y estético; donde no existe pertenencia con las localidades y en donde el ciudadano prácticamente está convertido en una abstracción, valdría la pena imitar.
En las sociedades modernas, la estrecha relación entre polìtica y ciudad hace de la urbe una comunidad política, cuyos principales actores son los ciudadanos que deben expresarse y medirse en la participación. Sin polìtica no se puede organizar ni administrar la ciudad.
La ciudadanía tiene la potestad de ser orientadora, insinuadora, veedora, fiscalizadora y ejecutora de políticas urbanas. Si bien la ciudadanía no ejerce el poder, tiene el poder de legitimar o no a los que gobiernan. Por lo tanto, los gobiernos locales deben orientarse en correspondencia con lo que quiere la gente; de ello depende el respaldo ciudadano a los programas y proyectos, el grado de aceptación y de legitimidad de quienes detentan el poder.
Los valores y prioridades de una comunidad, resultan de la confrontación y del debate permanente de intereses y expectativas de la población. En Colombia, en no pocas ciudades las decisiones sobre el futuro de las ciudades son asumidas generalmente por los alcaldes y los concejos municipales; decisiones que en muchos casos se dan a espaldas y en contra de lo que quieren los ciudadanos. Se excluyen a importantes sectores de la sociedad, como por ejemplo, a promotores y gestores de proyectos urbanísticos, juntas de acción comunal, organizaciones cívicas y barriales, dueños y usuarios de establecimientos públicos, intelectuales, periodistas, académicos, etc. Se menosprecia todo un potencial de intereses, opiniones y soluciones, lo que hacen más lentas o estériles las administraciones locales.
Las ciudades, de por sí densas y populosas, conllevan problemáticas que exigen participación ciudadana y para ello debe educarse a una población generalmente apática a la polìtica, pero también se debe dar oportunidades en la toma de decisiones públicas a todos aquellos que quieran y puedan hacerlo.
Desde luego que no es fácil implementar cultura ciudadana en una población acostumbrada a la apatía, caracterizada por la falta de compromiso social, plegada a la indiferencia ante el desgreño administrativo y ante la falta de unas reglas de juego claras y definidas. De ahí la importancia de que los gobiernos locales sean coherentes en sus propuestas de proyectos de ciudad, en sus planes de desarrollo que deben resultar atractivos a los ciudadanos a quienes se debe generar compromisos colectivos. Sin liderazgo administrativo tanto gobernantes como gobernados no llegan a ninguna parte.
Por ello resulta estimulante observar alcaldes que salen de sus despachos para trasladarse al seno de las comunidades- que es donde están las problemáticas- escuchan a las comunidades y les hablan claro en cuestión de posibilidades y limitaciones referentes a la resolución de los problemas.
Gobiernos locales que no estén motivados en la construcción de ciudadanía difícilmente pueden descollar con éxito. A la gente hay que generarle hábitos de buen comportamiento ciudadano, de tolerancia y respeto a las demás personas, de amor por la ciudad, de sentido de pertenencia, etc. En la medida en que se generan y reproducen acciones de ética ciudadana, se constata que las personas quieren ser escuchadas, que se les tenga en cuenta como ciudadanos vivos y activos.
No se trata de consultarlo todo, pero hay proyectos que es necesario socializar a las comunidades. Tampoco se trata de enajenar la autoridad, porque finalmente todo el mundo querrá mandar y los mandatarios locales en lugar de mandar terminan obedeciendo, poniendo en riesgo su propia legitimidad.
Política y ciudad no significa referirse necesariamente a la participación de los ciudadanos en los procesos electorales, lo cual puede resultar intrascendente; va más allá de la designación popular de dirigentes. En la participación cotidiana en los diferentes asuntos de la ciudad está la política. Los mandatarios locales deben propender y garantizar los espacios y argumentos para que dicha participación se suscite en condiciones de efectividad y responsabilidad. Dice Aristóteles que el hombre sólo puede alcanzar la felicidad en el Estado. Una ciudad feliz está conformada por hombres felices.
Comentarios recientes