Cien palabras por la Semana Santa de Popayán

Seguimos con los elogios ciudadanos a la tradición religiosa más hermosa de América.

En Popayán, la declaración privada de la fe pasa a ser pública, y las calles se convierten en iglesias. / Fotos Alonso Tovar – El Nuevo Liberal.

Semana Santa

Por Jesús Astaíza Mosquera

(Abogado, escritor)

Todos, alguna vez en Popayán, superando los estragos naturales, sociales y voces disonantes, hemos caminado sin detener el avance inexorable desde la Colonia hasta hoy y  hasta mañana,  por sobre la simbología de la cruz que nuestros antepasados demarcaron en la  tierra, la empedrada calle o la cementada vía. Caminantes que no fueron otros que vencedores y vencidos,  ilustres y desconocidos, descreídos y creyentes.

Mientras existan las semanas en el tiempo y las personas sientan  la historia milenaria, habrá  SEMANA SANTA por las mismas calles. Tal vez no seamos los mismos, pero serán la misma cruz, la luna ventaneando en el añoso parque y  un cirio  iluminante en la mano de un PATOJO con la misma fe prendida al alma.

Pesadilla

Por: Francisco José Paz Castro

(Carguero – cuando pequeño mi mamá me decía ‘Ratón de Iglesia’)

¡Siento una enorme angustia! Mi corazón palpita a mil, me invade un sentimiento confuso; “no entiendo que ha pasado, todo estaba perfectamente planeado y nada podía salir mal”; hace apenas un instante he llegado a Popayán; suenan tambores y huele a Laurel. A lo lejos veo el Sitial bordado con hilos de oro, adornado por el majestuoso brillo de los paramentos, del último Paso de la última Procesión del año saliendo de la iglesia: Llegué tarde a Semana Santa.

Lo curioso es que conozco muchos Semanasanteros que alguna tuvieron este sueño. Yo al menos los tengo una vez al año.

Oscuro y mágico

Por: Fernando Dorado

(Politólogo)

¿Cómo percibirían los indígenas nativos las procesiones de Semana Santa en Popayán? ¿Qué era ese ritual? Les parecía raro, oscuro y mágico, porque no coincidía con los equinoccios, y porque lo hacían de noche y en secreto. Y aunque alumbraban con pequeñas teas, nada quemaban. Desfilaban por las calles cargando sus dioses durante los días más lluviosos del año. Murmuraban cantos sórdidos, que podrían ser conjuros contra ellos. No imaginaban que los españoles atenuaban su miedo ante la insondable e inescrutable América, con un rito que los compenetraba con su madre Tierra y su historia. Si lo hubieran sospechado, habrían sonreído.

Añoranza

Por: N. Sandoval Vekarich

(Etnólogo Mr. Universidad de Belgrado,Yugoslavia)

Recuerdo mi deseo de compartir con mis compañeros su religioso y devoto afán de cargar  alguna de esas andas portadoras de las sagradas imágenes. Aurelio Olano y su hermano, de sobrenombre «el Mono», me complacieron, de tal manera que me vistieron con una chilaba azul, me dieron una alcayata y un par de alpargatas; me honraron concediéndome un barrote para compartir con ellos la talla de san Juan.

A los ya varios metros, soportando en mis hombros el peso de semejante estructura, yo renegaba de mi capricho de querer imitarlos.

Jamás se me ocurrió repetir semejante experiencia.