Cien palabras por la Semana Santa de Popayán

Ciudadanos siguen dando su voz de elogio a la hermosa tradición religiosa más importante del continente americano.

Cien palabras por la Semana Santa de Popayán.

Creación de la deidad

Vanessa Estrella Medina Muñoz

Estudiante, IX semestre Lic. en Educación Básica con Énfasis en Educación Artística.

Asombrados de mirarse vivos, esperando llegar la muerte se encontraba un hombre, una mujer y un niño; viendo como en un abrir y cerrar de ojos, esa hermosa historia… se volvió polvo.

Florece el olvido y florece la nostalgia, preguntándose profundamente: ¿Cómo rescatar la historia que un día quedará en la memoria?

¿Cómo algún día se escribirá el nombre de aquella mujer que tan solo con un poco de ternura dejo huella en el corazón de esta tierra?

Y al final de este comienzo, con veneración hoy se recuerda el amor de aquella madre que valientemente dijo sí al creador.

Guardar todo en el alma

Por: Andrés Cosme

Soy un payanés andariego. He trasegado ya por decenas de países y ciudades, y puedo decirles que no van a encontrar en un mismo lugar, diferente a Popayán, el verdor de sus montañas circundantes, sus atardeceres como pinturas celestiales, la calidez de sus gentes, sus manjares (empanadas y tamales de pipián, salpicón, granadillas del quijo, etcétera), sus iglesias y sus imágenes religiosas, la solemnidad de sus procesiones de Semana Santa, la calidad de sus pintores, músicos y poetas.

Ser de Popayán implica guardar todo eso en el alma, y un compromiso de hacerlo conocer, respetar y valorar dondequiera que estemos.

Indescriptible

Por: Laura González

(Sahumadora)

Sin duda alguna, para toda mujer hay dos momentos especiales e inigualables en su vida: la celebración de sus quince años y la celebración de su matrimonio; pero para la mujer payanesa hay un tercer día, que solo puede ser comparado con esas otras dos celebraciones: el día en que participa de la Semana Santa como sahumadora. Es una condición que puede darse una sola vez en la vida y que la hace partícipe de toda la cultura centenaria de la Ciudad Blanca de Colombia.

La sensación y la cantidad de sentimientos encontrados son indescriptibles. Es una mezcla de ansiedad con miedo, con orgullo, y a la misma vez nostalgia, porque sabes que ese momento nunca más se podrá repetir.

El árbol sin tiempo

Por: Manolo Gómez Mosquera

El veintidós de marzo de mil novecientos cincuenta y uno, el carguero Arcesio Velasco, de 42, enfermo, salió de su cuarto un miércoles santo, y con sus últimas fuerzas llevó por las calles payanesas el prendimiento de Jesús Nazareno hasta la esquina de San José, templo eterno.

Y allí, su corazón fiel dejó de latir, y cayó, como tronco, al suelo. Al instante, su retoño, Óscar Velasco, corrió en busca de su padre, y se puso la túnica y las alpargatas de nuevo carguero.

Ahora, sin alcayata, los hombres se detienen en aquel punto del árbol sin tiempo.

Mi Semana Santa

Por: Wilmar Hernán Quiñones

(Docente y escritor)

Maltrecho y empolvado lo encontré. Se difuminaba la majestuosidad de una danza de estructuras andantes que llevaban consigo dramáticos momentos del martirio de Jesús. Lo limpié. Hombres con túnicas impecables de radiante azul sufren lo que cargaban sobre sus hombros, pero se veían dignos merecedores de su Cristo a cuestas.

A lado y lado de las efigies sacras, personas de todas las edades desfilaban reverentes portando en sus manos cirios encendidos, que iluminaban la noche espléndida que yacía tenue sobre las fachadas de un hermoso pueblo colonial.

«¡Quiero conocer dónde es!», exclamé.

El cuadro fue subastado, y donado tiempo después.