Gracias

CHRISTIAN JOAQUÍ

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El 20 de junio de 2010, el presidente Santos se elegía para un primer periodo y, aun cuando sorprendió días después con algunos de los primeros nombramientos de ministros y de la canciller, no esperaba cambios sustanciales de lo que fue, sobre todo el periodo presidencial 2006-2010.

Ni la Ley de Víctimas impulsada por el entonces ministro Juan Fernando Cristo, ni los ya anunciados acercamientos con las Farc, me sugerían una política con decidido fervor por la paz. Debo confesar que nunca, nunca creí en verdaderos propósitos de paz de Juan Manuel Santos y menos, cuando en diciembre de 2013 desoyó unas medidas cautelares que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos había procurado para menguar la decisión política del entonces Procurador Alejandro Ordóñez en contra del Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro.

No me sorprendió que, a propósito de ese mismo procurador, el Presidente no hubiese preparado un arsenal político para contener su reelección, ni tampoco me sorprendió la convocatoria pública y los ademanes de apertura y pluralidad con los que se disfrazó la final nominación del actual Fiscal General de la Nación.

No me resisto hasta ahora ante la simple idea de que Isagen fue vendido mediante una subasta a un único proponente; como tampoco a que nada podía hacerse luego de que en 2006 fuera entregada a una multinacional sin experiencia en asuntos petroleros como Glencore, más de la mitad de Reficar, lo que condujo a un desfalco de proporciones inimaginables.

Pero, y a pesar de ello y quizás de muchas otras cosas más, sería absolutamente necio, imprudente e insensato no reconocer que Colombia es hoy mejor que hace ocho años. Que si bien somos un país muy desigual, lo somos menos que en 2010; que aún hay desnutrición, miseria y el sistema de salud no funciona sobre todo en la periferia del poder político y económico, pero que también hoy, en 2018, los índices de pobreza, miseria, desnutrición; de cobertura en salud y educación son mejores que 2010.

Pero quizá la más grande apuesta; esa en la cual nunca creí y por la cual no voté por Santos, ni siquiera en la segunda vuelta de 2014, fue la tan anhelada terminación del conflicto con una de las guerrillas más grandes y poderosas del mundo. Ese conflicto nos tenía sumidos en la desesperanza de construcción de una nación colombiana. Y aunque que como es un fenómeno usual en procesos de desarme y reincorporación, incluso exitosos como el nuestro, que haya facciones aún armadas o reorganizaciones alrededor del poder que produce la violencia, no podemos negar que el mundo tiene, en el proceso de paz colombiano, un camino que antes no había sido explorado en vigencia del Estatuto de Roma.

Hoy, tenemos un país que en el concierto internacional tiene mayor acogida: fronteras menos cerradas por las visas para los ciudadanos y la incorporación a la Ocde junto la participación como socio global en la Otan son un cierre de lujo que representan un enorme trabajo diplomático digno de reconocimiento.

Creo que cuando juzguemos en perspectiva y en términos generales los logros alcanzados en estos últimos 8 años es necesario reconocer un trabajo serio y responsable del Gobierno Nacional.

Presidente Santos, muchas gracias.