EDUARDO NATES LÓPEZ
Hace pocos días, este periódico publicó una noticia sobre el grave estado de erosión que presenta nuestro querido “Morro de Tulcán” y, alrededor de la preocupación que me surgió, tuve tiempo hasta para repasar mentalmente los muchos recuerdos que esta pequeña montaña, mirador de la ciudad por excelencia, trae a una gran cantidad de popayanejos (raizales y adoptivos) y a muchos visitantes de la ciudad, especialmente a quienes llegaron a estudiar a esta ciudad y terminaron amándola, no pocos, mucho más que quienes aquí nacimos. No creo que exista algún payanes que no conozca el Morro o no tenga alguna referencia afectuosa (y mucho más…) de ese icónico lugar.
Le interesa leer… ‘“El Morro se erosiona poco a poco ante la mirada de todos”’
Recuerdo que, en mis épocas de estudiante de bachillerato, en el “Liceo Nacional de Varones,” el Morro jugaba un papel fundamental. Por ejemplo, cuando había examen de cualquier materia y no habíamos estudiado, ese era el destino inexorable del grupo de vagos de la clase. O así fuera solamente para saborear el delicioso encanto que producía “capar clase”. Y, más adelante, ya estudiando ingeniería, en las prácticas de Topografía, con el Ingeniero Luis González Vidal, (para más señas y con mucho aprecio: “talego”) o en las magistrales clases de “Diseño y Trazado de Carreteras” con el gran maestro de esta materia, el Ingeniero Paulo Emilio Bravo, era impajaritable caminar por esas laderas, cargando los equipos de topografía, en un ardiente solazo matinal o bajo un aguacero como los que están cayendo en estos días.
Pues, para no disonar con el proceso de decaimiento y deterioro de la ciudad, la naturaleza, el invierno, la gente con sus ataques en moto por esas laderas, los atracadores, y los indolentes como el resto de nosotros, hemos decidido tácitamente dejarlo acabar…
Si ese mirador estuviera situado en alguna ciudad turística del Perú, o México, o en cualquier país europeo, no solo lo cuidarían como un valor histórico enorme, sino que lo hubieran puesto a producir sus propios recursos, con mucho ingenio, para autosostenerse y preservarse. Pero nuestra falta de imaginación, nuestra desidia, nuestro poco amor por la ciudad, no deja que se nos ocurra cualquiera de los muchísimos mecanismos que debe haber para mantenerlo. En un momento de lucidez, se instauró el proyecto del “Pueblito Patojo” que aumentó el atractivo y las posibilidades de darle mayor vida y mejor utilización. Pero, sin duda, esa opción entró en barrena. Involucro a los ciudadanos en general, porque no me gusta ser de aquellos que creen que la culpa de todo la tiene el gobierno, aunque haya oportunidades como esta del Morro, en la cual el riesgo de una posible avalancha de consecuencias incalculables sí adquiere una connotación muy grave, en términos de prevención de desastres, actividad de la cual sí son responsables las autoridades civiles y desde luego las ambientales.
No quiero, por supuesto, hacer referencia -otra vez- al derribamiento de la estatua de Sebastián de Belalcázar. Ese tema ya ha consumido mucha tinta en diversos ordenes locales, nacionales y hasta internacionales. Pero sí debería aprovecharse la oportunidad, con algo de imaginación, poco dinero y muchas ganas, para inventarse la forma de rodearlo y preservarlo con fines ambientales, ahora que los ambientalistas se rasgan las vestiduras por todo. Y, sobre todo, con el objeto de evitar una tragedia de proporciones incalculables que puede estar fraguándose allí, en el pie de monte y sus alrededores, y que esos pequeños derrumbes y deslaves están anunciando…
Las fotos publicadas por el periódico son apenas una pequeña muestra ilustrativa de la gravedad del asunto. Pero el registro fotográfico que tienen los vecinos y que, según indica la nota periodística, ya tienen las autoridades en su mano y en su conocimiento, es aterrador. Una de las funciones y de las responsabilidades más importantes de los mandatarios locales y sus equipos de gobierno es PREVER (que significa ver con anticipación). Pero lamentablemente nuestra cultura poco a poco ha ido cambiando los roles y ahora las autoridades ya son “gobiernos forenses”. Es decir, que llegan a la hora de la remoción de los escombros y del levantamiento de los cadáveres. Ni mostrándoles las fotos se “mosquean…”. Elemental, echarse una “asomadita” y una “pensadita” para ver como evitan esta catástrofe anunciada.