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Por: Olga Portilla Dorado
@olguitapd
A don Campo Luna lo conozco hace más de ocho años, pero esta fue la primera vez – y espero no la última- que tuvimos una conversación extensa.
Como padre de una de mis mejores amigas, lo había saludado muchas veces y conocía un poco de su vida como docente y sindicalista de Asoinca.
Hace mucho no lo veía, pero justo el pasado 15 de noviembre me lo encontré marchando en las calles de Popayá. Había acabado de subir una fotografía a mi Whatsapp sobre la movilización de los estudiantes de Unicauca que destacaba la pancarta de los ‘caminantes del Macizo’; inmediatamente ella me escribió y me contó que su padre, don Campo Elías Luna, de 65 años de edad, saldría con ese grupo de estudiantes que ese día se había propuesto caminar hacia Bogotá en defensa de la educación pública superior.
Lo busque por varios minutos pero no lo encontré, caminamos con los estudiantes hasta llegar a la glorieta de ‘Toscana’, ahí los caminantes del macizo pidieron ser despedidos para poder “marcar su paso” e iniciar la ruta hacia Bogotá, esperaron la marcha en ese lugar y mientras yo caminaba hacia el parque Carantanta seguía buscando a don Campo; me detuve precisamente en la esquina del parque, y justo como si hubiéramos pactado una cita ahí llegó, se bajaba de una moto con su maleta (que pesaba más de 10 kilos) y su bandera roja con negro (la que identifica a la Asociación de Institutores y Trabajadores del Cauca, Asoinca), lo saludé con una sonrisa y un abrazo, y con la gratitud de habernos encontrado así por casualidad.
Don Campo Elías Luna fue el único miembro de Asoinca que acompañó a los más de 100 estudiantes que salieron ese día hacia Bogotá, una meta que se había propuesto –con el consentimiento de su familia- desde el día que hizo presencia en el campamento universitario y conoció la lucha de estos jóvenes.
Pasaron los días, y le preguntaba tanto a mi amiga como a otros caminantes cómo iba él, cómo estaba su salud; las respuestas siempre eran positivas, salvo un día, cuando llegaron a Ibagué que mi amiga me escribió para que le preguntara a mi hermano por alguna gel o medicamento que le pudiera ayudar a su papá, pues tenía un fuerte dolor en sus rodillas. Le respondí tan pronto pude, pasó esa noche y al día siguiente me contó que él seguía un poco mejor, el descanso y la pomada que se había aplicado le habían sentado bien.
Llegó el 28 de noviembre y los caminantes arribaron a su destino, participaron de la gran jornada de movilización que hubo ese día. A los dos días algunos regresaron a Popayán y otros se quedaron, entre ellos don Campo.
Ya había pensado en entrevistarlo, pero no sabía si él aceptaría o no, había postergado el preguntarle a mi amiga sobre esa posibilidad, hasta que esta semana lo hice aprovechando una fotografía que publicó en su Whatsapp, era una placa de reconocimiento entregada por Aspu en agradecimiento a su papel como caminante. La respuesta sobre la entrevista fue un sí.
El encuentro
Como lo dije al inicio, era la primera vez que teníamos una conversación extensa, la confianza por conocernos transformaba una entrevista “formal” en una charla de amigos, pero más que eso, en una charla de mi admiración hacia él.
Hubo risas y lágrimas, estas últimas aparecieron cuando don Campo recordó uno de los episodios difíciles del trayecto Popayán – Bogotá, y fue cuando llegaron a Ibagué. El dolor en sus rodillas era intenso, a pesar de que tenían atención médica, él sabía que le recetarían medicamentos, pero él no los consume porque apela más a la medicina natural, entonces llamó a mi amiga y le pidió ayuda.
Don Campo recuerda que tuvo que salirse de la concentración y buscar en esa ciudad un lugar de medicina natural, lo halló y compró una pomada de marihuana que se aplicó y pudo dormir esa noche.
Al día siguiente vino lo difícil, no se sentía fuerte para seguir, le comunicó eso a sus compañeros –contando ese episodio su voz se quebranta y llora- “todos quedaron enmudecidos”, dice, y eso lo golpeó más, pues recordaba las palabras de varios de ellos que en el trayecto le decían: “si usted no llega hasta Bogotá con nosotros, nosotros, no llegamos” , “usted le da fuerza a muchos de nosotros para continuar” , “si pasó la línea por qué nos va a dejar ahora” …todo eso más que reclamos, eran palabras de aliento que iban penetrando en la mente y el espíritu del profe, que hicieron que tuviera de nuevo las fuerzas para decir: sigamos.
La decisión fue continuar, pero no lo hizo ese día, arrancó después y tomó un bus para encontrarlos en el camino hacia Girardot.
“Tomé el bus, el sueño me venció y me pasé, me bajé mucho más adelante, empecé a caminar solo, la gente iba en los carros y me identificaba que yo era de la marcha y se ofrecían a adelantarme, en algunas ocasiones me dejaba llevar, los alcancé llegando a Girardot, caminé solo muchos kilómetros. Esa fue la etapa más dura, casi abandono, pero fue imposible porque la cara de tristeza que pusieron me conmovió, y cuando les dije que seguía, mis palabras fueron su motivación”, explica don Campo.
Sobre lo sucedido en el trayecto Armenia – La Línea, recuerda que ahí sí sintió miedo por su vida, porque pensó que le iba a dar un ataque cardíaco. “Me habían advertido de la hipotermia, de que era un trayecto duro, que si quería me enviaban en bus, pero yo sentí que podía. Yo solo tenía un buzo ligero, el plástico, entonces sentí el frío, la fatiga, la escases de oxígeno, ahí sí pensé que podía peligrar mi vida”.
Él junto a una estudiante de la Unicauca demoraron siete horas en pasar ese trayecto, ni ella ni los demás caminantes se dieron cuenta de lo que pasó don Campo en esos kilómetros finales, pues él no quiso preocuparlos.
“Sentí que mi presencia animó a muchos estudiantes a hacer la marcha, la compañera que iba conmigo en La Línea me dijo: ‘si yo no lo hubiera visto a usted, yo no me hubiera atrevido a venir’. Otros me decían que de mi llegada a Bogotá dependía que todos llegaran, entonces entendí que no podía abandonar esa marcha, era un compromiso conmigo mismo, con mi familia, con los estudiantes y con mi sindicato”.
Su historia con el movimiento estudiantil
El profe Campo conoce el movimiento estudiantil desde que estaba en la Normal Superior de la Cruz (Nariño), allá se formó. Esa institución era la más cercana a su casa, quedaba a 2 horas de Florencia (Cauca), donde nació.
“En la década de los 60 se presentaron conflictos por cambios de rectores en esa zona de Nariño, también hubo un conflicto social por la refinería de Tumaco, en la cual como estudiantes nos vinculamos a las protestas que se dieron en ese Departamento”, recuerda.
Ese podría decirse fue su primer encuentro con movimientos sociales y estudiantiles en la defensa de sus derechos; años más tarde, exactamente en 1973 conoció Asoinca, en el marco de algunas protestas que se hicieron por el golpe de estado en Chile contra Salvador Allende.
“En ese momento simpatizaba yo con las protestas y un 11 de septiembre de 1973 coincidí con algunos maestros que estaban afiliados en Asoinca y ellos me informaron que existía este sindicato, y a partir de ese momento me vinculé a Asoinca y desde ahí mi compromiso con la actividad sindical ha sido permanente”.
Y es que a pesar de que en 2015 renunció a su cargo como coordinador de un colegio en Morales, donde dio por culminada su etapa como maestro y formador, tras 47 años de labores, don Campo no puede desligarse de las luchas del sindicato de Asoinca, así como de las exigencias de otros sectores por una educación pública de calidad.
“Tuve una experiencia de 47 años, inicié en Mercaderes, luego pasé a Buenos Aires, Suárez y volví al Patía, luego a Mercaderes y Morales. Me retiré porque tenía dificultades auditivas y eso no me dejó continuar”, comentó.
Su calidad y su don de gente han dejado gratos recuerdos entre colegas, estudiantes y directivos, ese cariño lo vio reflejado desde sus inicios como docente. En medio de nuestra charla recuerda que fueron sus compañeros de trabajo en Mercaderes, cuando él era maestro de primaria, quienes lo inscribieron para que hiciera la Licenciatura; ellos lo matricularon y solo le avisaron el día que iniciaban las clases.
“Yo era un opositor a la Universidad a distancia y no consideraba que eso era una solución para el derecho a la educación superior, pero en ese momento los compañeros me dijeron que si no aprovechaba esa oportunidad no podría mejorar mi situación salarial, entonces les hice caso, y así obtuve mi licenciatura en la Universidad Libre”.
Regresa a la carretera a caminar
En estos días el profe Campo Elías Luna tomará un bus en la terminal que lo llevaría hasta el Cesar, el motivo, encontrarse con estudiantes de la Universidad del Magdalena, quienes emprendieron la marcha desde Santa Marta hacia Bogotá, también en defensa de la educación pública y de calidad.
A don Campo lo invitaron y no dudó en decir que sí, pero no solo porque apoya la causa de este movimiento estudiantil, sino porque recordó que en 1966 desde ese mismo lugar maestros salieron a marchar recorriendo más de 1600 kilómetros, durante 36 días, en condiciones más difíciles, para pedir mejora en sus condiciones, esa se conoció como la ‘marcha de hambre’.
“Como sucede con la historia de las luchas de los pueblos, nadie las recuerda, los maestros nuevos no saben que esa marcha se dio y que fue la que dio lugar al estatuto docente que se promulgó en 1972, el 2277, sin ninguna duda esa marcha del hambre sentó las bases para que el magisterio colombiano y en general el derecho a la educación pública fuera más tenido en cuenta por el Gobierno”, afirma.
A pesar de que el Gobierno firmó un acuerdo con los estudiantes que participaban de la mesa de negociación, desde muchas universidades la lucha continúa, así que don Campo partirá esta semana hacia la costa para caminar, con la creencia de que entre esos caminantes de la U del Magdalena encontrará familiares de los maestros de aquella época, y así rendir un homenaje a esos los luchadores y a la generación de ahora que continúa por esa senda.
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