MARCO ANTONIO VALENCIA
Mi bisabuela, Raquel Ledezma, solía hablar sola todo el día. Y era tanta su cantinela que en realidad nadie le ponía atención. Era de ojos claros como el cielo y portaba una larga trenza de cabellos negros que cuidó con petróleo crudo hasta el último día de su vida. Además, era famosa por alimentarse con unas sopas azules, a base de guineo, con patas de gallina que chupaba por horas como un auténtico manjar.
Un día yo me quedé quieto en un rincón para escucharla, ella se hizo la que no me veía y contó:
—Los mayores del Patía narran que los afros se subían al morro de Manzanillo para ver si desde allí veían a su África amada. Y se ponían a tocar tambor, extrañando todas las cosas que habían dejado al otro lado del Atlántico. Eran capaces de tocar por largo tiempo rezando en lenguas extrañas. Decían que de tanto llorar, con sus lágrimas, hicieron un charco tan inmenso que cubría todo el valle. Por eso aquí hay sal y hay veredas donde la gente vive de ella. Pero cierto día, un brujo sindagua lanzó al lago un animalito que creció y creció… creció tanto como puede hacerlo un dinosaurio. Y este monstruo, cuando estuvo grande, comenzó a beberse todas las lágrimas de los africanos durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta que se reventó por los rezos de los negros. De cada brazo se fue formando un afluente y allí tenemos al río Guachicono, por un lado, y al Patía, por el otro.
Luego, cuando fui a la escuela, la profesora Afranía, en clase de Geografía, nos enseñó lo siguiente:
—El valle es una depresión que separa las cadenas montañosas central y occidental de Colombia y se le llama la cuenca Cauca-Patía. Comienza en Nariño, pasa por el Cauca, el Valle del Cauca, Quindío, Caldas y va hasta el departamento de Risaralda. El agua salada del mar entraba hasta donde hoy está la ciudad de Cali. Los que estudian la tierra y las piedras lo dicen clarito: esto aquí era mar antes de que llegaran los primeros pobladores. Y los primeros en arribar fueron los indios patías y después los sindaguas. Con los siglos vendrían los negros cimarrones a fundar veredas y pueblos para vivir su libertad.
Más tarde, cuando fui a la universidad, recuerdo que el profesor Patiño una vez nos explicó:
—Lo que pocos saben es que en este valle hay petróleo. Estudios de la Agencia Nacional de Hidrocarburos dicen que estas tierras son ricas en carbón, gas metano e hidrocarburos. Ya en Mercaderes, en la quebrada Matacea, hay filtración de petróleo y exploraciones en Suárez han dado positivo.
En alguna parte leí que el petróleo viene del aceite de los dinosaurios en descomposición y por eso lo llaman “combustible fósil”. Por tanto, tiene lógica que esa agencia manifieste que hay petróleo donde mi abuela dice que hubo dinosaurios.
—¡Eeeh, mozo! ¿Y todo eso es cierto? —¡Verdad de Cristo!