Betty la fea

SILVIO E. AVENDAÑO C.

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En la última semana ha vuelto Betty la fea a estar en el primer plano de los media. La telenovela esboza tramas, episodios periódicos, trances de un capítulo a otro, en los cuales Betty, poco a poco va cambiando “la fea del paseo” hasta que deja la piel para convertirse en la mujer exitosa en la empresa y en el amor.

Y por el hilo del éxito, del ranking de sintonía de la comedia me paso a la épica, a la admiración de las hazañas de los personajes. En la narración de la vida cotidiana se admira al jefe del hampa siempre que no se deje atrapar, a los abogados fraudulentos en sus falacias, a los asaltantes de los bancos que no se dejan pillar, a los políticos zorros, tramposos, groseros, atravesados, intolerantes y violentos. Mucho más, sí pagan por el voto pues “son astutos”, no importa que sus actos conduzcan al fracaso, al asalto de la res publica. Se les admira, apoya, se les defiende, así sus prácticas conduzcan al chasco y, a la vida miserable de sus admiradores y seguidores.

Más la inquietud que surge de la comedia y la épica es cómo los seguidores y simpatizantes admiran los personajes de la televisión, del cine, del seriado. Una hipótesis de por qué sucede esto puede ser la cotidianidad. En ella los hombres y mujeres se encuentran encadenados a la necesidad. El sometimiento y la servidumbre los llevan a admirar a aquellos que se encuentran lejos de la situación miserable que ellos padecen. ¿No se forjan en la cotidianidad las condiciones de la resignación para que encante el entrenamiento y la admiración del héroe-hampón? Quizá porque se vive en una sociedad caótica y cruda, se necesita la justificación, la admisión, la distracción. Además, la religión justifica. “Dios existe luego todo está permitido”. La vida se sufre como comedia, como Betty, que hace lo “suyo” y por ese camino encuentra el reconocimiento; o como la épica del corrupto o mafioso que alcanza la celebridad.

En la comedia hay que enrumbar la obra para hacer posible el entretenimiento y conseguir la mayor audiencia. En otro tiempo fue El derecho de nacer, de Felix B Caignet, ya como radionovela cubana o telenovela mexicana que llevó “a ríos de lágrimas porque a la gente le gusta llorar”. A su vez la épica popular teje en las redes, radio, televisión la imagen de personajes caracterizados por la astucia. Encanta la corrupción. Se admira la “verraquera”. la “malicia indígena”. “Eso… ¡hágale! Nadie se da cuenta”: no declare renta, no pida ni entregue recibos, pásale plata al policía, sáltese los semáforos, métase en contravía, robe al Estado que no tiene doliente.” Un mundo de “abejas”, de “gente avispada”.

Los pacientes que están atados a “sufrir me tocó a mí en este mundo” ignoran la tragedia, huyen del sentido crítico. Un film que esboza la realidad es un espejo en el que no se quieren ver. Se huye de la realidad por el camino del entretenimiento y de la épica mafiosa porque se diluye la frustración.