Aplausos para Santos

Por: Héctor Riveros

@hectorriveross

Santos consiguió lo que los colombianos esperábamos hace más de cincuenta años: acabar con la guerrilla de las Farc y ese, en un país de gobiernos mediocres, es un logro suficiente para despedirlo con aplausos.

Eso hicieron más de treinta mil barranquilleros que llenaron el Metropolitano en la fastuosa ceremonia de inauguración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Los estadios suelen ser termómetros duros para los políticos. A Santos ya le había tocado soportar enormes chifladas, incluso prefirió no inaugurar los juegos mundiales que se celebraron en Cali porque el abucheo sería monumental. Lula casi no pudo hablar cuando los Juegos Panamericanos fueron en Río de Janeiro.

Esta vez, en cambio, Santos no solo llegó, sino que la gente lo aplaudió varias veces mientras pronunciaba un emotivo discurso en el que incluso se le cortó la voz.

Ayer en la instalación anual de las sesiones del Congreso, la inmensa mayoría de los congresistas se pusieron de pie e interrumpieron su discurso para aplaudirlo largamente cuando mencionó su gran logro: el proceso con las Farc.

Las encuestas han registrado un importante repunte en la favorabilidad de Santos. El Centro Nacional de Consultoría registró un impensable 40% en su última medición.

Las enormes paradojas de la volatilidad de la opinión: uno de los motivos más relevantes para decidir por quien votar en las pasadas elecciones era precisamente que el candidato no hubiese tenido que ver con Santos y por eso pasaron a la segunda vuelta los dos más distantes al actual Presidente. Una vez elegido el que representa exactamente lo contrario del actual gobierno entonces la opinión empieza a ser menos drástica con Santos.

Si Santos fue una buen o mal Presidente será una discusión interminable. Yo creo que fue malo, tanto que incluso un logro tan obvio como el de desarmar y desmovilizar a las Farc en las manos de Santos parece fallido.

Con cualquier otro Presidente, el acuerdo con las Farc se hubiese convertido en el inicio de una etapa de esperanza, de optimismo, de ilusión, con Santos semejante hecho histórico no logró producir un cambio de ánimo en los colombianos, ni un aumento de confianza en las instituciones y se mantuvo el pesimismo en muy altos niveles.

Mover una sociedad hacia las transformaciones cuando está sumida en el pesimismo es casi imposible. Esa, la de volver la sociedad optimista, es la tarea de los líderes y eso fue lo que no logró Santos.

El Presidente insiste, ayer lo hizo en el Congreso, que se gastó su popularidad por promover el acuerdo con las Farc y que lo volvería a hacer. La verdad es que Santos nunca ha sido popular. Si bien logró durante su primer año de gobierno sostener una imagen favorable heredada del uribismo, el registro histórico de las encuestas muestra que su imagen siempre tuvo altos niveles de desfavorabilidad.

Antes de que Santos fuera elegido Presidente y de que se convirtiera en el candidato de Uribe su registro de intención de voto no superaba al del no sabe, no responde y la percepción de los ciudadanos que lo conocían era mayoritariamente de desconfianza.

Santos nunca ha sido percibido como un hombre sensible a los problemas de la gente, ni como un luchador por grandes causas, ni como un líder popular.

Santos, incluso para quienes han estado cerca de él, es ambicioso, desleal, vanidoso, sin convicciones. Paradójicamente, como lo relató La Silla en su momento (http://lasillavacia.com/historia/se-necesitaba-un-tipo-como-santos-56244), fueron esos defectos los que se convirtieron en virtudes que permitieron alcanzar un acuerdo con Las Farc.

A lo largo de casi treinta años he oído decenas de testimonios de personas que han trabajado con él, que lo acompañaron en su fijación de ser Presidente, e incluso de familiares que se quejan de múltiples cosas de la personalidad de Santos. Es difícil encontrar a alguien que hable bien del Presidente, alguien que diga que es muy inteligente o que resalte su sensibilidad o incluso su simpatía.

Nada de eso tapa su logro histórico de haber puesto fin al conflicto con las Farc. Ninguno de sus rasgos de personalidad, que hace que la gente no lo quiera, opaca su perseverancia para desarmar a la guerrilla más antigua del continente. Si no tuviera la ambición y la vanidad suficientes para pelear su capítulo en la historia hubiera desistido. Si hubiera tenido convicciones fuertes seguramente hubiera terminado no aceptando exigencias de la guerrilla sin las que nunca hubiera habido acuerdo. Sin ese deseo irrefrenable de lograr figuración internacional no hubiera tomado los riesgos que tomó y no podríamos agradecerle, después de oír los sentimientos de miles de víctimas, que esos horrores de la guerra como el reclutamiento de menores, el asesinato de policías, las bombas indiscriminadas y un largo etc. sean cosa del pasado.

El gobierno que termina alcanzó muchos otros logros y coleccionó un sin número de fracasos. Los logros son atribuibles a funcionarios destacados que entendieron su oportunidad y aprovecharon el poco interés del Presidente para mover una agenda que en algunos casos mejoró mucho las condiciones de vida de ciertos sectores de la población.

Los fracasos son, en cambio, atribuibles a la falta de liderazgo de Santos, que no daba línea, no empujaba, no imprimía carácter y se sumaba a funcionarios que requerían de todo eso y se quedaban esperando que el Presidente lo hiciera.

Si hubiera estado en el estadio de Barranquilla o en el Capitolio me hubiera puesto de pie para aplaudir a Santos por haber conseguido lo que tanto buscábamos los colombianos y que nos llevó al error de elegir a Andrés Pastrana como Presidente y que llevó a muchos a aceptar, durante el gobierno de Uribe, que lo buscáramos a cualquier costo y en detrimento de los valores democráticos. Santos lo logró como hemos debido hacerlo hace más de treinta años y nos hubiéramos ahorrado decenas de miles de muertos.