Por José Antonio Contreras,
Y el pretexto principal será la publicación de su segunda novela “El último donjuán”. (2)
El 18 de mayo de 1974, Popayán abría sus ojos de clima templado para recibir a un niño que luego fue bautizado como Andrés Mauricio Muñoz Chaparro, niño que años más tarde sería considerado por la editorial que le publicó su libro como “uno de los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana” (3). No conozco a Andrés Mauricio de forma personal, pero es uno de los mejores amigos que tengo a nivel virtual desde hace muchos años. En ese cruce de promesas y de sueños de integración cultural iberoamericana, un buen día me soltó, vía e-mail, su Dolor de Patria. A la postre, Colombia seguía desangrándose en una guerra civil estéril y vetusta que hería las entrañas del novel escritor: “Hoy he amanecido con un dolor de mierda. He pensado en ello y creo que lo que me duele es la patria. No es muy exacto decir que hoy, porque la molestia comenzó hace varios años, pero hoy se ha convertido en un dolor prácticamente insoportable. Tampoco es preciso que diga que es la patria la que duele cuando ni siquiera sé lo que ello significa. Sería más sensato si dijera que es un dolor extraño y que aún no he podido identificar el punto exacto donde duele; pero hoy más que nunca no estoy para sensateces y quiero decir que es la puta patria la que duele. Duele demasiado”. Estoy seguro que el día que me enfrenté a estas palabras, fue el día en que me identifiqué realmente con su manera de pensar, con su forma de sentir un país que en esos tiempos sufría un dolor interno que afloraba por su cuerpo entero llanto, impotencia y sufrimiento. Me identifiqué seguramente, también, porque el Perú, país de donde soy oriundo, venía curando las heridas que había dejado una demencial manera de encarar la vida que en principio habían denominado Por el Sendero Luminoso de Mariátegui. Su accionar de coche bombas, secuestros y asesinatos no hizo más que enlodar el buen nombre de nuestro Amauta, hombre de un pensamiento claro y consecuente.
Decíamos entonces que me sentí identificado con ese dolor que se parecía tanto al mío y como quien no quiere la cosa asumí la última parte de ese Dolor de patria que me acogía: “Este dolor que no me deja ahora parece haber encontrado en mi pecho su guarida. En él cree encontrar un manantial por muchos años. En él cree recibir lo máximo que su existencia estúpida puede otorgarle. En él se regocija, se agazapa. A este dolor de mierda hay que cortarlo de raíz, me digo; así el corazón sea la raíz misma. He tomado un puñal para destrozar mi corazón y la primera de once puñaladas sólo me arranca un gemido; las otras diez, espero, acabarán de una vez por todas con el enemigo, con ese dolor que me corroe y que ha hecho de esta masa inerme un cuerpo mal parido”. Creo, salvo mejor parecer, que la excusa ya está resuelta. El ingeniero de sistemas nacido en Asunción de Popayán en el año 1974, a pesar de ser un migrante del Valle de Pubenza traspone la frontera de lo intacto y se hace uno con toda su patria adolorida, e invocando a la disciplina, en su única modalidad, transforma un hobby adicto de lectura y garabatos esporádicos, en una profesión de vida. Entiende por fin que la literatura, así como su dolor, es excluyente, logrando de esta manera “dar con uno de los estilos más interesantes en cuanto mejor cuidados del actual panorama de la literatura colombiana”.
Luego, en el 2004, apareció Te recordé ayer Raquel, donde Andresito – no Andrés Mauricio, el autor, sino el personaje principal de la novela- (4), un hombre maduro busca afanosamente a la autora -Raquel- de unos manuscritos que guardaba en una de las cajas de su vida pasada. Aquí también me identifique con él, pues soy una persona que mientras camina recoge páginas de periódicos, revistas indigentes o cualquier cosa que se pueda leer, abandonadas en las tristes calles de mi patria emergente, tratando de ilustrar alguna que otra historia guardada en el interior del cajón que nadie abre.
En el 2011 Se publicó su libro de cuentos Desasosiegos menores por la Universidad de Santander. Antes se conoció una edición en el Perú por la Editorial Casatomada. Al revisar el libro me encuentro con uno de sus mejores cuentos Carolina ya no aguanta más, al comentárselo, me indica que para él ese cuento significa mucho, que es uno de sus preferidos. Es la historia de una oficinista que, cansada de sus problemas profesionales y sentimentales, termina por creer que el origen de sus males es la empresa donde trabaja. Cree también que ya no aguantará más; pero no, para sus seguidores, Carolina, puede aguantar mucho, todavía, porque en ese intento de buscar otros alicientes, tanto sentimentales como profesionales, se descubre así misma. Se reconoce en ese y otros cuentos del libro la capacidad del autor de contar temas universales arrancándolas magistralmente de la raíz misma de los hechos cotidianos que nos subyacen.
El 2015 nos trae Un lugar para que rece Adela, cuentos de despojo. No he encontrado entre todos los artículos y crónicas sobre este libro el perfecto detalle que indica Alberto Salcedo Ramos en la contraportada del libro: “En Un lugar para que rece Adela los personajes siempre están perdiendo algo: el amor, la cordura, la tranquilidad, la vivienda, la familia. Muchos suelen aferrarse a los recuerdos como única opción. Todos viven situaciones difíciles en las que les toca poner a prueba su capacidad de resistencia o de compasión, marcados por aquello de lo que han sido despojados”. El despojo en sí es utilizado por Andrés Mauricio Muñoz como vía conductual donde se sumergen todas las historias, como un río que va marcando el paso. El mismo autor siente este despojo en sus propias carnes al emanciparse y tener que abandonar su familia: “Popayán quedaba atrás, aunque se viniera conmigo”.
Llega el 2016 y nosotros encontramos el pretexto perfecto para escribir sobre este joven escritor payanés que ahora nos presenta su segunda novela “El último donjuán” (5), que llegó a nuestras manos, cruzando fronteras y trayéndonos cinco hermosos relatos que terminan por entrelazarse en un común denominador que es el amor, y el amor en su forma y definición virtual. Al finalizar, descubrimos que es un libro que invoca a la inmediata deliberación sobre cuál sería la diferencia o la similitud entre la vida virtual y la vida real, a reflexionar sobre cuál sería esa relación inexplorada que a estas alturas ninguno de nosotros desconoce. ¿Quién de nosotros no ha utilizado el Messenger, prototipo de proyectos más amplios y universales? ¿Cuántos de nosotros no se ha enamorado a través de internet, no ha conseguido un amigo o amiga, o ha pactado una cita, a través del WhatsApp, con los compañeros de la escuela o del trabajo? Casos extremos son, claro, utilizar las diferentes redes sociales, para preguntarle a la esposa o a la madre o a la hermana, que está en el mismo espacio que nosotros, sobre alguna situación común. Todos, sin excepción, tenemos las manos manchadas de futuro.
Ya en marzo 2017 nos damos cuenta de que este libro es un delator de nuestras más bajas pasiones. No podemos negarlo. Andrés Mauricio Muñoz se convierte con esta novela en un elegante perturbador de la sociedad actual, diseccionándola, denunciándola, enfrentando sus insurgencias con metódicas palabras llenas de poesía y de buen humor.
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