- Inicio
- Mi Ciudad
- Mi Región
- Política
- Opinión
-
Deportes
- Copa El Nuevo Liberal
- Judicial
- Clasificados
- Especiales
ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
La economía está en manos de grupos poderosos (bancos, gremios) que navegan de crisis en crisis, con una estabilidad ficticia, buscando solo garantizar los rendimientos de sus capitales. Son el neoliberalismo.
Dichos grupos no dudan en aprovechar unas veces y arrasar en otras ocasiones con el liberalismo político y la democracia, a fin de aprovechar las desigualdades y desórdenes sociales que les permitan especular con las inversiones, con los cuales puedan meter miedos a los consumidores de las clases medias, y asegurar las impunidades para muchas de sus acciones.
Se promocionan como “representantes y defensores del pueblo real” (sin aclarar quienes), separándose de la elites de los partidos político-religiosos tradicionales, a las que llaman “corruptas”, apoyados por las nuevas sectas y credos que teóricamente reclaman “toda la gloria para dios”. Con ello se engaña y disfraza el neoliberalismo real.
Muchas personas creen y propalan estas mentiras, han sido preparadas para creer que todo lo que aparece en las redes sociales es cierto, y terminan apoyando a sus enemigos sin pensarlo. Los populismos adquieren así el carácter de “populares”, criterio de legitimidad que necesitan los grupos poderosos para continuar controlando las ganancias, y lo hacen con el apoyo gubernamental, de gobiernos elegidos. Ahí está la trampa de la democracia.
El lugar estratégico de estos regímenes caóticos lo ocupan las empresas multinacionales que arrasan con los recursos naturales, y que con los bancos establecen supremacías financieras. En este contexto, los dirigentes políticos y gobernantes –por importantes que parezcan- son solo secundarios: Putin, Trump, Orban, Erdogan, Duterte, Uribe, Macri, Bolsonaro, ellos son los firmones de turno.
En realidad no hay un mercado libre: la globalización mercantil impone las reglas y los productos que todos debemos consumir, así sean basura tóxica, pero por supuesto es solo el mercado de quienes disponen de los dólares suficientes.
La super-estructura jurídica es clave en todo este proceso. Los inversionistas buscan pasar por encima de todas las fronteras, gobiernos y sociedades, respetan o ignoran las leyes y las políticas públicas. Para ellos nada puede afectar la libertad anárquica de los capitales. Pero, sin embargo, para asegurar sus ganancias necesitan que existan flexibilidades y garantías para sus inversiones en cada país. Hacen que los gobernantes nacionales produzcan reformas, ellos son sus agentes directos; los legisladores son sus asalariados incondicionales; y los magistrados y jueces son sus gendarmes. Por lo demás, gobernadores, alcaldes, y demás autoridades regionales y locales, se pliegan a todo el sistema impuesto.
Los regímenes políticos populistas, sus funcionarios, y sus agentes privados, teóricamente democráticos y realmente autoritarios, son quienes controlan los medios masivos de comunicación, y mantienen oficinas de hackers transnacionales con los que controlan las vidas de todos. Con ellos ganan elecciones, promocionan u obstaculizan ofertas y demandas, defienden o atacan los derechos individuales y colectivos, exacerban diferencias políticas, crean efectos de opinión a favor o en contra de algo o de alguien, generan guerras y tensiones, despolitizan a grupos y personas ingenuas, entran al servicio del crimen organizado … Todo por dinero.
Las armas oficiales terminan combinándose con los ejércitos privados, las guerras que se desatan no son ortodoxas, lo legal se junta con lo ilegal y no pasa nada, el crimen termina pagando porque el que la hace no la paga (pagan los ciudadanos en general). Los golpes de estado ya no los dan los militares sino los bancos, pero los militares cumplen con sus labores heroicas: reprimen a quienes protestan.
Comentarios recientes