Me acuerdo que cuando era niño o, para ser más estrictos con el lenguaje, cuando tenía menos edad y la diferencia frente a lo que soy hoy en día era menos niveles de oxidación en células y menos estatura, en esa época recuerdo ir a los puestos de votación con mis papás. Siempre íbamos en el carro, parqueábamos la renoleta en el centro de la ciudad y recién bañados, pongámosle a las 9 o 10 de la mañana, recibíamos el sol, saludábamos gente y mis papás votaban. En el tema del saludo a la gente, siempre había alguien que me cogía los cachetes, me decía “Ponchito”, diminutivo del sobrenombre de mi padre Poncho, y se sorprendía con mi evidente parecido con ambos progenitores. De hecho, siempre ha habido dos escuelas y corrientes filosóficas: una, la que promulga mayor semblanza hacia mi lado maternal; y la otra, que promulga lo contrario, o sea hacia mi lado paternal.
Cómo disfrutaba las votaciones en ese entonces. Mi mamá aún sigue votando en San Agustín y mi papá lo hace en la facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca. Para los no duchos en Popayán, ambos puestos de votación quedan en el centro, por allá donde pasan las procesiones que han visto en la televisión, con toda su hermosura, maní y fachadas blancas. Bueno, volviendo al tema del voto, cuando ellos ejercían el derecho de elegir a alguien (o a algo), metían el dedo en tinta. Naturalmente yo también lo hacía y quedaba con mi índice rubicundo cual betabel por bastante tiempo de ahí en adelante. Siempre lo miraba y lo olía, el olor a tinta es delicioso. Antes de dormir me quedaba mirando el dedo, así como me quedaba mirando para abajo cuando estrenaba tenis.
Luego de votar nos íbamos a almorzar, casi siempre a Torremolinos, además que este restaurante tenía el gancho de atrapar al infante con unos brinca-brinca bastante divertidos. Se me vienen a la mente truchas molineras, arepas pequeñitas fritas y chimichurri. Ese era el ritual. Ahora vivo en otra ciudad pero me sigue gustando mucho el día de las votaciones. No soy fanático y en realidad nunca manifiesto tendencias hacia la izquierda o hacia la derecha, o hacia algún candidato. Eso se lo dejo a cada quien. Pero lo que sí es muy agradable es el acto de votar y así lo recuerdo siempre.
Como les decía, ahora vivo en otra ciudad y casi siempre me toca de jurado. Como cosa rara, en la última jornada no me tocó, así que fui, ya no en el papel de hijo, sino en el papel de padre. Me fui recién bañado, me perfumé, parqueamos y también saludamos gente. Las hijas nos acompañaban a mí y a mi esposita, y esta vez no tocaba meter el dedo en tinta. Es lo bonito de todo esto: ejercer un derecho en familia. Y claro, luego ir a almorzar bien rico.
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