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RODRIGO SOLARTE
Vivimos en la aldea global. La cotidianidad ya hace parte de ella. La revolución virtual es el medio por la cual nos llega el sentir, pensar, planear y actuar humano de esta época.
Los seres humanos somos genéticamente iguales, pero diferentes, social, cultural y cómo ciudadanos con historias particulares. Las neurociencias ya investigan sentimientos y pensamientos. Tal conocimiento científico es neutral, pero utilizado por los intereses de los humanos en el poder de las naciones. Los planeadores, planifican el actuar político para defender y proyectar el poder económico, industrial y militar alcanzado, en aire, tierra, océanos y el espacio.
La transición de Colombia hacia la paz consensuada, no es solamente nuestra. Venezuela, entre tantas naciones, se debate en la misma incertidumbre. Todos invocamos poderes naturales y sobrenaturales, para no regresar al tiempo de las masacres, desplazamientos, desintegración de las familias, huérfanos y muerte de la vida, incluyendo otras especies y nuestro hábitat natural.
Los cambios de época son como partos en la historia. Ya no hablamos de universo, sí de multiverso, siguiendo la ciencia planetaria y del cosmos. Varias potencias, ya no solo Estados Unidos, se disputan el poder sobre las riquezas de la tierra. Sus experiencias de dominación, difieren, al igual que ideas, pensamientos y argumentos para la acción.
Para los del norte, la antigua obsesión y delirio del América para los norteamericanos, ante la pérdida de su hegemonía económica mundial y menos influencia en el continente, regresan a mirar como enemigos para aniquilar, a quienes no comparten sus propósitos y métodos de dominación. Lo más triste, es que hay gobernantes nuestros que comparten delirios y métodos de guerra, pese a conocer las consecuencias en otras latitudes del planeta.
Pese a todo el adelanto científico existente, gestado en estos tiempos de guerra y utilizado para ella, sus creadores, SERES HUMANOS, definen el paraqué deben aplicarse. Tal definición continúa concentrada en muy pocos, los mismos, a quienes ya no les importa saber, que en una guerra nuclear, ellos mismos y sus familias, también perecerían. Sería como un holocausto propiciado por nosotros mismos.
Las guerras son el resultado estruendoso de la ausencia de diálogo para dirimir los conflictos, tan naturales en nuestra existencia, personal, familiar, comunitaria, social y colectiva.
El incumplimiento de acuerdos per se, prolonga y agudiza los conflictos. Cuando el bien general es subyugado por el individual o de restringidos grupos, crece y se extiende el conflicto. Y si este se aborda con violencias, reales o virtuales, esta crece hasta imposibilitar la convivencia, no por miedo, sí por convicción de que es lo más humano a lo cual debemos y podemos aspirar, ojalá, con el ejemplo de nuestros gobernantes.
Pasar a la historia como propiciadores y mercaderes de la muerte, a través de las guerras entre vecinos, hermanos de historia y riquezas por compartir, asumiendo la unidad en la diversidad de nuestras realidades como continente, es y debe ser motivo de profunda reflexión para la libre decisión del presente y porvenir de cada uno de nuestros países y regiones que conformamos. Ellos y nosotros tenemos la última palabra para asumir las consecuencias de nuestras decisiones.
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