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ÁLVARO JESÚS URBANO ROJAS
Está latente la discusión: ¿qué ofende más, el actuar vandálico de encapuchados anarquistas que asolan el sector histórico, quebrantan la tranquilidad pública y perturban la convivencia ciudadana, o la corrupción, politiquería, injusticia social, pobreza, desempleo y el actuar protervo del gobernante corrupto que se apropia del erario para fortalecer su imperio mafioso?
Desde la noción colectiva de lo justo y lo injusto, cuya esencia radica en la dimensión que se le dé al sentimiento de agravio moral, como criterio unificador que conduce de manera inmediata a la protesta social, articula los sujetos movilizados y valida las razones de su insurrección, de su violencia y la alteración del orden público como mecanismo de participación ciudadana en defensa de una sociedad cómplice de sus opresores que reniega en voz baja, tolera la ignominia y soporta con cobardía los ultrajes de los abanderados de la infamia, que para colme de males, justifica el uso de la fuerza y le da la espalda a una comunidad educativa que con desenfreno juvenil exige redimir el abandono de la universidad pública.
En una democracia imperfecta como la nuestra, donde impera un orden de dominación que para ejercerse a cabalidad, es tolerado con resignación por los subyugados que aceptan y asumen su posición feudataria como parte de la naturaleza de las cosas, lo cual les permite soportarlo sin oposición, con amañada complacencia que justifica y acepta el uso de la fuerza como medio para reprimir los propósitos de la lucha, demeritando los esfuerzos de valerosas huestes, que sólo cuando triunfan en sus anhelos de justicia social, la historia los convierten en héroes y sus caídos se enaltecen en pedestales de gloria como mártires de las causas patrióticas.
El profesor mexicano Adolfo Gilly señala que el agravio moral “resulta cuando alguien trasgrede, en perjuicio de otro, las reglas establecidas de relación, negociación y solución de diferendos dentro de una comunidad para imponer de hecho el propio parecer”. A lo anterior agregaría que se basa en el atropello de las reglas sociales y de las valoraciones que buena parte de la sociedad hace contra lo que otra parte considera justo o injusto, legítimo o ilegítimo, posible o imposible, a partir de reglas y principios morales, no solamente económicos o políticos, íntimamente relacionados.
En esencia, es el coraje hacia la injusticia lo que se siente cuando se viola una regla social como el derecho inviolable a la educación, dice Barrington Moore “Coraje, rabia, indignación son los sentimientos que resultan del agravio y que nos pueden ayudar a comprender los motivos que llevan a la acción colectiva, a la protesta, a la revuelta”. En muchos movimientos sociales los actos de coraje desmesurados son esenciales; esto es cierto en los movimientos sociales radicales y se evidencia en los libros de historia patria, escritos con la sangre de mártires y heroínas que soportaron calabozos y grilletes en cuyo altruismo se enarbolan los principios y valores en que se sustenta el Estado Social de Derecho.
Las asonadas, grafitis, máculas y procacidades contra la ciudad blanca de faroles nocturnales, no deshonran la acción colectiva y la lucha social en favor de la educación, que es la solución y no el problema. La confrontación en favor de la universidad pública es el plan eficaz de resistencia a la dominación en una sociedad timorata y antagónica que apela al sentimiento de agravio moral, desde la ruptura de reglas sociales impuestas por la formalidades del falso decoro, para desconocer la lucha por la reivindicación social, de una ciudad anquilosada, afectada por una cultura mafiosa que tiene como premisa que en el ejercicio del poder, “todo se vale y todo se puede”.
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