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ÁLVARO JESÚS URBANO ROJAS
No todo se vale y se puede, la descomposición moral ha permeado la universidad enlodando su papel de protectora del hombre, dejando de lado su función de dotarlo de valores culturales que lo ayuden a crecer en su formación profesional, pero sobre todo en su humanidad, con dignidad para gobernar su vida y producir el desarrollo armonioso de sus talentos y virtudes; a esta finalidad apunta la expresión latina «Alma Mater”.
La “cultura mafiosa” ha incrementado el fraude académico, que va desde dejar copiar en un examen, incluir a alguien sin merecerlo en un grupo de trabajo, plagiar documentos o hasta la suplantación personal en exámenes preparatorios, como ha ocurrido en algunas facultades de Derecho.
Preocupa las denuncias del docente de la Universidad del Cauca, Milton Javier López García, por presuntos actos de corrupción de 64 egresados, quienes supuestamente pagaron la alteración de sus notas en el Sistema Integrado de Matrícula y Control Académico (SIMCA), para recibirse como abogados. Igual ocurrió en las pruebas Directas de admisiones, cuando, antes de la fecha del examen, el cuestionario con respuestas circulaba entre los aspirantes que pagaron cuatro millones de pesos.
La cultura mafiosa producto de una sociedad mojigata, lisonjera y sin moral, donde “el vivo” goza de reconocimiento social, a diferencia de quien actúa conforme a la regla, llamado despectivamente “sapo, lerdo o tontarrón”, proceder corrupto que genera un arraigo desmedido al incumplimiento de las reglas, acuñando postulados escabrosos como: “hecha la ley, hecha la trampa”, “la ley es para los de ruana”, “se acata pero no se obedece” ó “el vivo vive del bobo”, éste proceder obtuso, acepta la trasgresión de normas y facilita el fraude, pondera a quien hace trampa, privilegia al bandido con desmedida impunidad y poca vergüenza y censura al honesto hasta ridiculizarlo. El estudiante tramposo carece del sentimiento de culpa que le impide hacer fraude, dada su frágil escala de valores, ética y la inobservancia de las enseñanzas de padres y maestros de la escuela tradicional de la urbanidad y las buenas maneras.
Hay que dejar de teorizar en la formación de nuestros profesionales, la educación debe ser más práctica y significativa, menos retórica, provista de valores y principios éticos, aún hay ilusos que creen que la Ciencia se puede aprender memorizando textos, sin estar en contacto con la sociedad y sus instituciones morales.
No hay que desconocer que un tema que incide en el fraude académico, es la relación entre la evaluación y el aprendizaje. La evaluación hace parte del aprendizaje, por lo que un docente no puede eximir a sus mejores estudiantes de la evaluación, pues ella no es un castigo. La evaluación es el equivalente a medir los niveles de progreso en función de unos objetivos planteados, es el equivalente a la oportunidad que se le da a un futbolista de jugar para destacar sus destrezas, quien lo último que busca es ser eximido de jugar.
Estoy seguro que si alguien pretende aprender a nadar para no ahogarse, el fraude sería totalmente irrelevante para dicha situación; en cambio, si su único interés es obtener un título académico, estoy seguro que consideraría el fraude. Esta es la situación que hemos construido para nuestros estudiantes: un sistema en el cual el único incentivo u objetivo que importa es una acreditación académica y no el verdadero conocimiento para triunfar en la vida.
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