- Inicio
- Mi Ciudad
- Mi Región
- Política
- Opinión
-
Deportes
- Copa El Nuevo Liberal
- Judicial
- Al estrado
- Clasificados
- Especiales
Por Marco Antonio Valencia
Fotografía: Eduardo Sánchez
A los 67 años murió Alonso Tobar, uno de los grandes fotógrafos de Popayán. Su legado: un enorme archivo digital sobre el acontecer cultural, religioso y musical de la ciudad. Insigne colaborador de El Nuevo Liberal.
-El fotógrafo es mi hermano Diego Tobar- decía con modestia, a mí me gusta tomar fotos y compartirlas. Y así, tomando fotos, se hizo amigo de media ciudad. Tomaba fotos, las revisaba, las organizaba en su computador y luego compartía por WhatsApp y en CD’s. El pago, muchas veces era voluntario. Y si cobraba, pedía lo justo.
Tal vez en Popayán nadie le haya tomado tantas fotos al Volcán Puracé como Alonso. Vivía fascinado con el volcán y enamorado de la luna: le tomaba fotos a toda hora, y en diferentes épocas del año, y se pasaba horas tratando de encontrar diferencias y similitudes.
Sin pensarlo, con los años se convirtió en el fotógrafo más solicitado de las Procesiones del Ecce Homo: el patrono de Popayán, de los encuentros de chirimías, de las actividades de la Fundación Caldas, de recitales de poesía, tertulias literarias e históricas, del Congreso Gastronómico… y en todas partes se le apreciaba por su buen talante, buen trato y excelencia fotográfica.
Su forma de escuchar música de chirimía era tomando fotos, mirando los detalles fisiológicos de quienes hacían música frente a sus ojos. A diferencia de Diego, su hermano, le gustaba la luz y trataba de usar siempre el flas y el trípode: era su estilo.
Alonso murió a los 67 años (el pasado 29 de mayo), pero hacía 12 años un médico le anunció una muerte inminente y pocos días de vida, que afortunadamente fue un diagnóstico fallido. Decía que había sobrevivido gracias a las agüitas y cuidados de Fabiola (cuyo matrimonio duró 40 años) y el amor de Mónica su hija, su gran tesoro. Y claro, a su disciplina para cuidarse. E incluso, la operación que lo llevó a la tumba -dice su esposa- no era una urgencia y no era una afección que le estuviera contrariando su calidad de vida, pero como un médico dijo que tenía que operarse se hizo operar, y su cuerpo no resistió.
Fue mi amigo y mi fotógrafo personal en los últimos tres años: viajamos juntos por varios municipios del Cauca para tomar fotos, comer platos típicos de cada lugar, hablar con la gente y visitar colegios en pro de motivar la lectura entre los jóvenes.
Me regaló, además de su amistad, mucha música, siempre me regalaba música en CD’s; y en los viajes hablábamos de lo divino y lo humano, pero nunca se quejaba de nada y si le preguntaba por su salud, esquivaba el tema evitando quejarse.
Había aprendido a vivir con sencillez y bajo perfil. A comer poco y lo necesario. A cuidar sus emociones y su salud. A tener amigos y cultivar la amistad de los amigos. A caminar o andar en cicla para ejercitar el cuerpo. A cultivar el espíritu con misas semanales en el Seminario Mayor de Popayán. A recrearse con pasiones sencillas como hacerle fuerza a Millonarios o al Deportivo Pasto (por su esposa nariñense), y con una pasión de orfebre pasaba días enteros retocando y mejorando sus fotos en el computador, porque era un amante de la tecnología.
Cuando lo internaron en la clínica para la operación me llamó para contarme y le pregunté si era un asunto grave. No -respondió-, es algo ambulatorio. El médico me explicó y dijo que era un procedimiento de cuidado, pero sencillo. Mañana por la tarde me puede llamar. Lo llamé dos días después, y me reportó que todo había salido bien, pero que estaba muy adolorido.
El día que murió lo soñé. Se me apareció a mitad de la noche y me dijo dos palabras que llevo tatuadas en el corazón: “esperanza- leal”. Estaba comiéndose un raspado de arroz directamente de la olla en la cocina de una casita de campo. Afuera hacía un sol imposible, y la casita parecía navegar en un llano inmenso de flores de todos los colores. Al fondo, el volcán Puracé.
No me enteré a tiempo de la muerte del que consideré mi amigo y consejero. Tantos viajes y horas de conversación en su compañía me hicieron apreciarle y respetarle como a pocas personas en la vida. Era un sabio que predicaba con el ejemplo. No me di cuenta y no pude acompañarlo a su última morada para honrar su vida y despedir su buena presencia entre nosotros; pero hoy, a un mes de su fallecimiento, al recordarlo con éstas palabras, y compartir mi recuerdo con amigos comunes, lo despido con mi corazón en la mano.
Adiós querido Alonso. Gracias, por tu honrada sencillez.
Comentarios recientes