EDUARDO NATES LÓPEZ
Sin duda, esperanzadora e interesante la candidatura de Alejandro Gaviria Uribe a la presidencia de Colombia. No sorprende, pues desde hacía tiempo venía sonando y, como es usual en estos personajes “pretendidos”, estaba haciéndose rogar, quizás cateando la potencial acogida que esperaba, para proponerse formalmente. Y así fue… Desde que surgió su nombre, hemos visto crecer los comentarios favorables a su nominación.
En un momento político y social como el actual, de una polarización insoportable y dañina hasta el extremo, este tipo de calidades: más académico que político (aunque no propiamente aprendiz en esto último…); más conciliador que beligerante; más pensante que inmediatista, son recomendables. No podemos negar que la ardiente atmosfera en que nos hemos desenvuelto (por innumerables razones) en los últimos diecisiete años -y de pronto cincuenta- nos amaestró para atacarnos y defendernos, más que para argumentar y discutir de manera pacífica nuestras circunstancias. No es raro oír a los ciudadanos de todos los estratos que ya están cansados de la violencia física y verbal; Que sería mejor discutir racionalmente que darnos trompadas, o peor aún, bala, como ocurre ahora a diario. Por eso, un personaje que se asoma a la política desde una tarima o desde un tablero, armado con una tiza, descarga la atmosfera y llama la atención de amigos y escépticos de su candidatura, para pensar en positivo, entre todos. Y en este momento, eso es necesario, curativo y saludable. Es fácil pensar que un personaje como Alejandro Gaviria, que es capaz de escribir un libro titulado: “Alguien tiene que llevar la contraria”, es el apropiado para conducir el diálogo nacional, por demás urgente…
Con seguridad, un hombre inteligente y mesurado como él, con amigos en todos los estratos y los extremos, sabrá ubicarse en las coordenadas políticas precisas para no estimular resentimientos de ninguna clase. También tendrá que exigir a quienes lo rodean, la mesura y el equilibrio necesarios, para un escenario político explosivo como el actual. Sabrá, además, de la avidez y la codicia con que los politiqueros de los partidos tradicionales (renacientes y moribundos) pretenden arrimársele. Y con su pedagogía, sabrá explicar que, en un proceso netamente electoral, estos personajes resultan necesarios, pero no indispensables para gobernar. Y nosotros, los electores, tendremos que entender que trabajó de buena fe en los gobiernos de Uribe y de Santos y que sabrá sopesar “lo bueno, lo malo y lo feo” de cada uno de esos ‘octenios’, para cernir y discernir, cuando de gobernar un pueblo tan complicado, pero tan valioso como el colombiano, se trata. Cuando las cosas van mal en las sociedades, (y en la nuestra así es), no se puede adjudicar la culpa solo a unos; Es de todos; Y por ello todos debemos recuperar los equilibrios rotos que definitivamente, no están en los extremos, razón por la cual, una candidatura nacida de la juventud estudiantil y que propone a un rector como candidato, es un mensaje de seriedad y de rigor. Es la añeja aspiración griega por el gobierno de los más capaces. Se intentó con Mockus, pero se estrelló con el liderazgo formidable de Álvaro Uribe.
Viene la prueba de fuego: ¡la campaña! Con las aguas limpias y sucias que bañan un proceso como este. Como dijo un político conocido, ya fallecido: “meterse en una campaña política es como clavar en una piscina llena de estiércol y salir limpio a la otra orilla.” Desde el día en que se inscribió en la Registraduría le toca salir a la calle a pedir la firma de los ciudadanos; a mirar a los ojos al elector; a pasarles la mano; a caminar este país que tanto ha estudiado; a sintonizarse con la gente y a fortalecer la esperanza que su candidatura ha suscitado en los más variopintos sectores. Le llegó la hora de abandonar la tiza, la tinta y las editoriales para calzarse las botas pantaneras. Solo una coalición de fuerzas de los sectores del centro y de la izquierda democrática, verdes e independientes, puede derrotar a la opción radical y extrema de Petro. Y Alejandro Gaviria tiene todo para ganar una consulta y enarbolar ese pabellón, por la reconstrucción de la unidad de nuestra lacerada y empobrecida sociedad.