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HORACIO DORADO GÓMEZ
Siempre se ha dicho, que la vida en este paraíso terrenal es corta. Aquí vinimos a cumplir una tarea, en un periodo fijo.
Los habitantes de este planeta, unos más y otros menos, gozamos de años de existencia hasta que se nos señala desde lo más Alto los días finales de convivencia entre los congéneres.
Nadie, absolutamente nadie ha regresado desde el más allá, para contar o explicar cómo es el acontecer allá en la segunda etapa, por la que inexorablemente todos debemos pasar. En tratándose de la fijación de la fecha, también es una verdad de a puño que no es de nuestro agrado prepararnos o alistarnos para cuando recibamos ese llamado o la indicación de la marca, que nos indique: ” Hasta aquí llegó” Si así fuese podríamos acuñar nuestro propio epitafio para fijarlo en la tapa de nuestras cenizas escribiríamos para significar nuestras ideas al culminar el periplo terrenal y empezar la mejor al lado del Padre celestial.
Es un enigma el cómo a donde y cuando es el momento nunca bien esperado de la partida.
Así que, ni el dinero ni nada podrá cambiar la decisión Divina.
¡Semejante reflexión! Nos sirve para mejorar nuestras condiciones de vida, alivianando el equipaje para cuando nos corresponda apartarnos de este mundo terrenal y participar de la rendición de cuentas ante el Juez Supremo de todas las cosas buenas y malas que hayamos hecho.
En este proceso no existen las exenciones, las diferencias de raza, credo o condición social como tampoco aparecen en ese ideario, pobres y ricos deben pagar sus cuentas ante el Juez. Pocos, poquísimos pueden escoger su destino fatal, tomando su propia determinación ,pero al hacerlo quedarán divagando en otros canales hasta cuándo cumplan las deudas impagadas. Lo cierto es, que las formas comunes de perder vigencia viviente, pueden estar entre muchas, un dolor precordial, una fatalidad, un cáncer invasivo también, un proyectil de un asesino, pueden segar una vida. Accidentes, siempre serán accidentes determinantes del último paso. Son entonces, formas de inexistencia, cuando de existencia no existe sino solo una.
Entonces, como no agradecer a la vida cuando no existe si no una y una sola para llegar a ella: El nacer.
Recalco, la “parca” no tiene generosidad para con nadie, vive en acechanza de sus víctimas.
De allí que, como conocedor de lo que genera un infarto cardíaco presuroso y sin pérdida de tiempo acudí a la frase que el Ser Supremo ha acuñado diciendo: “ayúdate que yo te ayudaré”.
Por eso, a sabiendas del daño que produce el sincope cardíaco, acudí a el hospital universitario San José, para que diagnosticaran la intensidad de mi dolencia.
En esta tercera oportunidad volví a esquivar a la famélica y nada bella ni luciente vestida negro, tuvo que abandonar su fanática idea.
Aquella madrugada, con la fe puesta en lo Alto lleno de positivismo subí a la ensordecedora ambulancia, que con su llamado de atención abría espacios, acortó el tiempo arribando a clínica de occidente. El cuerpo médico por largos minutos y momentos de exploración escudriñando a mi músculo, el más querendón de todo mi cuerpo, apuntó con certero tino la solución a mis quebrantos, con alebrestado retorno.
Ya he dicho que vencí la tercera, que ni las balas del fatídico 30 de septiembre pudieron acortar mi existencia.
Empero, cuando llegue el verdadero día, quiero sobre mi lápida inscribir la siguiente frase : No me lloren, porque a donde voy estaré mejor que donde estoy.
Civilidad: Ser agradecido con quiénes se preocuparon por mi salud, desde la UCI del bienhechor Hospital San José.
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