Por Paloma Muñoz
El bambuco es un fenómeno musical y cultural de comienzos del siglo XIX. Apareció en el “Gran Cauca” (nombre coloquial, pues el oficial era Estado Soberano del Cauca), dentro de los Estados Unidos de Colombia, constituido en 1857. Este estado permaneció hasta 1886, cuando entró en rigor la Constitución Política colombiana de ese año y pasó a ser el departamento del Cauca. Los documentos iconográficos musicales y un primer documento histórico confiable de una carta de Francisco de Paula Santander, fechada en Bogotá el 6 de diciembre de 1819, en la que le escribe a un amigo militar, el general París (quien se encontraba en Popayán), dan fe de la presencia del bambuco en el Cauca. La carta del general Santander, con humor, decía: “Refréscate en el Puracé, báñate en el río Blanco, paséate por el Ejido, visita las monjas de la Encarnación, tómales el bizcochuelo, diviértete oyendo a tu batallón, baila una y otra vez el bambuco, no olvides en los convites el muchuyaco”.
Este bambuco se dispersó con rapidez por el país, siguiendo la campaña libertadora hacia el interior de Colombia, a través de las riberas de los ríos Cauca y Magdalena. Así se convirtió, en menos de cincuenta años, en música y danza nacional. Incluso, hacia el sur, probablemente llegó hasta el Perú.
En la época de la Independencia, el bambuco en Colombia estuvo ligado a la música militar y a las bandas de viento de los ejércitos. Pero, tradicionalmente, era una música relacionada con el pueblo y con los trabajos del campo, no era bien vista por la cultura “oficial”; tanto que se prohibió en las iglesias debido a los toques de tambora en los aguinaldos de nochebuena.
Ese bambuco caucano, ruidoso, de flautas y tamboras, tan popular, no podía entrar a los “salones”. Solo a mediados del siglo XIX empezó a sonar en las salas de concierto en el resto del país, aunque sin tambora ni flautas de caña traversa, porque las orquestas de salón integraron el bambuco a sus formatos, estilizándolo y orientándolo hacia el “virtuosismo”. Por eso, cuando se habla en el país sobre él, pareciera que nadie reconociera al bambuco caucano, pues solo se ha tenido en cuenta el interpretado por conjuntos de cuerda en salas de concierto o las versiones con instrumentos sinfónicos.
Pese a ello, considero que le hicieron un favor, ya que ese bambuco del Cauca se mantiene vivo en las calles de Popayán, en las fiestas de veredas y resguardos. Lo oímos (y vemos) en las alumbranzas del Macizo Colombiano, denominadas la Fiesta de los Corazoncitos; en el kuc’h wala o Fiesta de Correría de los indígenas nasa; en las ofrendas y ciclo de vida en doble espiral de los misak; en las adoraciones al niño Dios de las comunidades afrodescendientes del norte del Cauca; en la celebración de la Virgen del Tránsito o de Agosto, en el Patía, como bambuco patiano; en las fiestas de la costa Pacífica (Guapi, Timbiquí y López de Micay) con las balsadas en golpe de marimba, cununos y voces de cantadoras; y en las chirimías de los indígenas eperara siapidara.
Como podemos apreciar, el bambuco caucano se ha revestido de tradición étnica, de una pluralidad que lo caracteriza, con luchas de resistencia y persistencia, presente y vital, que contienen un profundo significado social y cultural. Por eso, el bambuco es el más interpretado y bailado por sus pobladores. Más que un ritmo es un sistema musical, el más tradicional de la región andina y de la costa Pacífica de Colombia, cuyo origen se dio en la región caucana como producto cultural mestizo.
Mi invitación es a que reconozcamos y valoremos estas prácticas culturales-musicales y observemos cómo nos dan la pauta para la integración en el reconocimiento y en el respeto a la diferencia, en donde todos han aportado desde sus culturas. Como en un juego polifónico en el que se escuchan múltiples voces que son en gran medida independientes, diversas y que pueden sonar simultáneamente para el logro común de una melodía, con el fin de construir mundos de vida.