A ‘trumpadas’ contra el planeta

ANA MARÍA RUIZ PEREA

@anaruizpe

Hace un par de semanas se estrenó en Netflix el documental Get me Roger Stone (Ponme con Roger Stone), que cuenta la vida del más cínico, excéntrico y polémico asesor de comunicaciones del partido republicano, desde Nixon hasta Trump. De Stone se dice en el documental que es el creador de la publicidad electoral negativa, del cabildeo sin escrúpulos, de la manipulación mediática para hacer ganar a sus candidatos. Y él se vanagloria de serlo.

En las reglas de este “padre de la posverdad” (lo que él mismo denomina Stone´s rules) se lee el motor que impulsa las acciones de ese bravucón de cuadra, ese negociante atrevido sin sensibilidad social que desconoce qué es el mundo más allá de la ventanilla de su limusina, del presidente Donald Trump: es mejor ser infame que no ser famoso; el pasado solo es un maldito prólogo; en política lo único peor que equivocarse es ser aburrido; el odio es un motivador más poderoso que el amor; ataca, ataca, ataca, nunca defiendas.

Donald Trump es el mejor ejemplo de lo que escupe una campaña electoral de publicidad negativa, basada en la guerra sucia contra el contendor. Un egocéntrico ignorante de las palabras bienestar, sociedad o planeta, que desconoce lo público para privilegiar los negocios privados. Nada diferente a eso es el reciente anuncio de retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de Paris para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.

La noticia no tomó por sorpresa a nadie, ya lo había cantado con acciones como decir que el calentamiento global es un embuste o acabar, al día siguiente de su posesión, con la sección de cambio climático dentro del portal de la Presidencia. Tamaña inconciencia ni siquiera produce rabia, sino una enorme decepción frente al rol que juega una potencia como Estados Unidos en la supervivencia del planeta.

Cuando yo estaba en la universidad estudiando ciencia política hace 30 años, ya se sabía que la potencia del siglo XXI sería China, y que el medio ambiente se convertiría en un componente fundamental para la toma de decisiones en el nuevo orden mundial que se establecería. Lo que no podíamos saber, ni poniendo la bola de cristal, era la manera como los poderosísimos Estados Unidos iban a ceder terreno en el mapa del poder por cuenta de la toma de decisiones ególatras y erráticas.

Salirse del Acuerdo de París pone a Trump contra el mundo, y a los Estados Unidos como paria planetario que se opone al único acuerdo global, ratificado en solo un año por todos los jugadores del planeta, por China y Rusia, por Pakistán y Colombia, por Alemania, Zaire y Singapur, en total por 159 países. Los Estados Unidos, que lideraron esta maratón de apoyos a la preservación de la temperatura del planeta por debajo de los niveles críticos que provocarían desastres de enormes dimensiones, hoy le dan la espalda al Acuerdo; pero lejos de renegociarse, el Acuerdo baraja nuevos liderazgos y se vislumbra que China será la llamada a sacar adelante los compromisos del planeta con el planeta, las banderas de la supervivencia de la especie. No hay plan B porque no hay planeta B, dijo Macron.

Trump respondió con esta perla: “Fui electo para representar a los ciudadanos de Pittsburg, no de París”. Conciencia planetaria, cero. La aceptación de la evidencia científica del calentamiento del globo le resbala al cafre del grupo, al malcriado ricachón; él repite como robot que va a “Make America great again” para esconder en el nacionalismo su mentalidad obtusa, con la que promete hacer crecer los empleos y la grandeza de las industrias de energías fósiles (carbón, petróleo) en detrimento de las renovables (eólica, solar, las pequeñas hidroeléctricas).

Bienvenidos al siglo XX. O como dijo Obama, abiertamente Trump rechaza el futuro.

Además de poner en entredicho el liderazgo mundial de los Estados Unidos, esta decisión también genera una seria fractura interna. Como es un estado federal, los gobernadores de varios estados y los alcaldes de una centena de ciudades ya dijeron que les vale half dime lo que su presidente haga, por que ellos le darán cumplimiento a lo estipulado en el Acuerdo de París.

Desde que fue elegido presidente, al invento político de Roger Stone le acompaña el sino del periodo inconcluso, nadie sabe si por golpe, atentado o impeachment, pero es lo que se ve venir. Y él no se ayuda. Demuestra con creces, cada día, la estrechez de su cabeza que confronta las reglas creyendo que se pueden cambiar, renegociar o ajustar cuando y cómo se le pega la gana, dándole una trumpada al planeta.

Así caen los imperios. Como los peces, por su propia boca.