Efraím Martínez Zambrano

HORACIO DORADO GÓMEZ

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Nació en Popayán el 7 de diciembre de 1898, sin duda alguna, uno de los grandes de la pintura colombiana del siglo XIX. Han pasado 120 años de su natalicio y 62 de su fallecimiento, pero el Pintor de Popayán, sigue vivo a través de la obra que lo inmortalizó: “Apoteosis a Popayán”, pintura fundamentada en el Poema del Maestro Guillermo Valencia, titulado ‘Canto a Popayán’. Obra cumbre, que le significó la Condecoración de la Cruz de Boyacá, conferida por el Presidente de la República Eduardo Santos.

Con los años, me he puesto a leer a pensar y, concluir, que la pintura es un arte con que se nace y, también mucha práctica la que se requiere para esto de pintar figuras humanas en su tamaño natural, con destreza y facilidad. Mi punto de partida es que el arte nace, no se hace. El Maestro Martínez, era un perfeccionista, con vocación o predisposición hacia la pintura, sentía la pasión de pintar simplemente por gusto que lo impulsaba a dedicar todo su tiempo para sentir muy adentro su realización personal. Tenía unas manos prodigiosas y, más que eso, la capacidad asombrosa de ver para transponer lo visto, a la tela o al papel.

Contemplando el lienzo más grande de América, privilegio que tenemos los payaneses, y que se encuentra enriqueciendo el Paraninfo de la Universidad del Cauca, deduzco que el artista debió divertirse cuando pintaba; se sentiría como jugando con los materiales. Juego que se llama arte, al hacer muchos ensayos, o tentativas cuando utilizaba las pinturas en la paleta, para quitar el temor de dañar la fina tela traída de Francia y derroche de costosos colores importados de Europa, y desde luego, para no limitar su entusiasmo e inspiración.

Subordinó su vida al arte, alejado en su rincón predilecto: ‘El Refugio’, situado en la zona de ‘Los Tejares’ en las afueras de la “Ciudad Fecunda”, lugar de tranquilidad para admirar las divinas imágenes de sus modelos, para meditar, dejando a un lado el bullicio razonativo de la mente para llamar a la tan aclamada musa inspiradora. Envidiable facultad con que estaba dotaba su imaginación para con ella alcanzar la creatividad tan valorada en las expresiones artísticas del Gran Maestro Efraím Martínez.

‘Apoteosis a Popayán’, otra de las joyas que tiene la ciudad para mostrar a propios y extraños, fue forjada con maestría artística a través de muchísimas horas y días, durante más de veinte años de trabajo constante, disciplinado, enfocado en el objetivo dispuesto por la Ordenanza número 14, artículo 3, por la suma de $ 10.000, pesos de época para pintar el gran cuadro: “Apoteosis a Popayán, incluidos materiales y honorarios.

Pero, son muchos los aspectos no visibles que hay detrás del éxito de este talentoso artista. Esta obra le dio grandeza, pero también amarguras. Infame debió ser la insolencia de sus detractores contra la que nada podía hacer todos sus esfuerzos de dejar dibujada en un lienzo la historia de Popayán.

El Maestro Martínez, lo tuvo todo en la vida, fama, riqueza; dedicado al arte, pero no se salvó de las intrigas y la envidia que corroe a los humanos. “En sus últimos años, cuando más grande era, encontró quien lo odiara, con razón o sin razón.” Tanto fue, que en carta a su hermano Ángel Bredio, le decía: “Lo que pasa es que tanto tú como mis paisanos juzgáis las cosas a lo Popayán, es decir, de una manera estrecha, reducida y yo, me place decirlo opino de otra forma”.