Raúl Ortiz Toro
Rector del Santuario de Belén
No solo ahora se presentan litigios por cuenta de personajes “católicos” que terminan enfrentando a toda la ciudadanía por un tema que debería unir: la fe. Ese es Popayán y la historia de la ciudad es larga e interesante al punto que parece que se repitiera cada tanto: el 5 de abril de 1717, hace 300 años, doña Jerónima de Velasco y Noguera, viuda del capitán italiano y exalcalde ordinario de Popayán, don José de Morales Fravega, perdió un sonado pleito que estuvo en los estrados de los tribunales del cabildo secular y eclesiástico.Juan Antonio de Velasco, que era un comerciante pardo de la ciudad, esclavo liberto que había sido “propiedad” del cura de Almaguer, Francisco de Aranda Centeno hasta que compró su libertad en 1670 (cf. A.C.C. Sección Notarial. Fondo Notaría Primera. T. 13, Leg. II, 1670; f. 56r.), fundó la capilla de Belén el 8 de septiembre de 1681 y su primera piedra fue bendecida por el obispo Cristóbal Bernaldo de Quirós (el mismo que diseñó y construyó a su costa la Torre del Reloj). Juan Antonio, que buscaba abrirse paso en la elitista sociedad de la época, no era un personaje marginal: había logrado una gran fortuna por cuenta del comercio de esclavos que él mismo conocía a la perfección. Compró solares, construyó la capilla, trajo imágenes de Quito, la dotó con paramentos y vasos sagrados, y en 1687 la entregó a los padres Carmelitas Descalzos.
Una imagen disputada
En 1680, cuando ya había empezado a comprar solares en la colina, Juan Antonio de Velasco mandó traer de Pasto una imagen tallada “en bruto”, es decir, sin encarne.
El alcalde don José de Morales, mientras se construía la capilla, ofreció su casa para custodiar la imagen y al mismo tiempo encarnarla a su costa: para ello le pagó a un artista que muy seguramente pertenecía al círculo de José Olmos, alias Pampite, un artista que hizo época por aquel entonces en Quito por su técnica de encarne.
Doña Jerónima, su esposa, moviendo hilos de influencia y política logró que se quedara en casa la sagrada imagen porque muerto el alcalde Morales Fravega en 1685 y Juan Antonio de Velasco en 1710, la matrona aseguraba que entre los dos habían llegado a un acuerdo de que mientras ella viviera la imagen permanecería en su casa y al morir debía pasar a un nicho de la catedral. Y, ¡como los muertos no hablan! Doña Jerónima logró por un buen tiempo su cometido.
Llegado el obispo Juan Gómez de Frías a finales de 1716 a tomar posesión de su sede, se encontró con que muchas imágenes de propiedad de las iglesias de Popayán se encontraban en oratorios particulares, gran riesgo para la conservación de estos bienes muebles (recordemos, no más, el sonado caso de la conocida “corona de los Andes” o de la Inmaculada de la Catedral). De modo que pidió que fuera trasladado el Santo Ecce Homo hasta su capilla de Belén, Doña Jerónima puso el grito en el cielo, sacó a relucir su abolengo (y esta sí que lo tenía: era bisnieta del fundador de Popayán, Sebastián de Belalcázar) y contrarió la voluntad del obispo presentando causa civil. En su declaración afirma que la costumbre era “prestársela” a Juan Antonio de Velasco para la procesión del miércoles santo y que debía permanecer en su oratorio pues en Belén la humedad la “descascaraba”.
El obispo mandó una comisión a la capilla de Belén para ver el estado que tenía el altar que allí había construido don Francisco Beltrán de la Torre en el transepto izquierdo ya que el altar mayor estaba ocupado por la imagen de la Virgen de Belén, la principal patrona. Al ver que no había obstáculo para que la imagen pasara a Belén el obispo determinó que subiera en procesión el 5 de abril de ese año 1717 en su compañía y la de los dos cabildos y los vecinos de la ciudad y allí fuera entronizada perpetuamente (cf. A.H.E.A.P. Legajo 2613; orden 27890). La señora Jerónima no tuvo más que aceptar con humildad que “el que obedece no se equivoca”.
El patrono de Popayán
Poco a poco el Santo Ecce Homo empezó a ser considerado un gran defensor de la ciudad sobre todo contra cuatro males que aquejaban a la población: Las tormentas, el comején, la peste y el terremoto.
Ante este panorama desolador la representación de Cristo sufriente era un aliciente para sobrellevar las penas propias de la época, en un mundo en el que los antibióticos, los plaguicidas, las construcciones antisísmicas y los pararrayos ni siquiera eran imaginables.
Finalizando el siglo XVIII, la devoción al Amo Ecce Homo de Belén se popularizó de tal manera que inició la tradición de sacar a la imagen de su camarín para ser llevada en procesión por las calles de la ciudad cuando hubiera necesidad; sendos documentos conservados en el Archivo Central del Cauca (ACC) y en el Archivo Eclesiástico de Popayán (AHEAP) nos lo refieren de este modo: en 1786 para pedir que paren las lluvias; en 1787 con motivo de la peste de sarampión y viruela; en 1788, para contrarrestar la plaga del comején; en 1806 para contrarrestar la plaga de langosta; en 1850 para la rogativa contra la peste de cólera y en 1946 para que cesara la amenaza de terremoto.
Desde el 1 de mayo de 1945 con la anuencia del arzobispo Diego María Gómez la Junta Pro Culto al Santo Ecce Homo inició la hoy tradicional procesión del aclamado patrono de la ciudad. Popayán es el único lugar del mundo donde este día no tiene un tinte reivindicativo de derechos sindicales sino de fiesta del obrerismo católico como se le conoce. Desde hace 300 años, alrededor del Santo Ecce Homo se han tejido un sin número de motivos religiosos y culturales que le dan aún más carácter a la ciudad como Jerusalén de América.
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