GUILLERMO ALBERTO GONZÁLEZ MOSQUERA
Fueron 365 días en que los ciudadanos del mundo se encontraron sorprendidos por un virus inesperado, sobre el cual no había referencias anteriores sino las angustias de la vida moderna. En una ciudad China se inició el virus más contagioso y aterrador que se haya visto en los últimos tiempos. Apresurados, los habitantes del planeta recorrieron los laboratorios de las grandes ciudades para buscar una cura que hoy es sinónimo de esperanza. Miles de personas perdieron su empleo y miraron el rostro del hambre a través de las ventanas abiertas de una ciudad sin fronteras. La mayoría, impasible, observó los esfuerzos del personal de salud para salvar la vida de miles de enfermos que no lograban sobreponerse a la enfermedad. Aun hoy, siguen aumentando los casos fatales y la irresponsabilidad de quienes creen que la vacuna los salva; pero el virus está ahí, impasible, mientras hay decepciones de los que cuidan o de los gobiernos que siguen preocupados a tan miserable rostro de la pandemia.
A Colombia, que traía un crecimiento aceptable, las cifras derrumbaron y pasó de tener un número preocupante de pobres a una legión de miserables que luchan sin medida en condiciones de vida peores que las anteriores. Esto quiere decir que el virus ha arrasado con la fe de quienes se aferraban a un estilo de vivir que no conocía fronteras.
Ya se aprecian algunos comentaristas a predecir consecuencias favorables de las medidas que han hecho que la pandemia no se mengua, sino que avanza sin cesar y no sabemos hacia qué limite. Unos creen que se ha demostrado la desigualdad en el ingreso y que todos, ricos y pobres, no saldrán ilesos del virus. Aspiramos a que la suerte de los más pobres se cambie por una señal de solidaridad frente a la indiferencia de los ricos, que si bien han sido tocados por el virus, lo pueden afrontar con riesgos menores. ¿Habrá alguna forma de hacer ver a la humanidad que todos sentimos la derrota y que permanecemos esperando el cambio? Aún es temprano para predecirlo, pero ya hay demasiados irresponsables a quienes no les importa mas que su vida diaria. Los vecinos hacen sus compras como si nada hubiera pasado y la diversión sustituye a la precaución, sin importar lo que sucede afuera.
Lo que si es cierto es que aprendimos a conocer el valor de unas relaciones internacionales que no diferencian los países desarrollados de los que no lo son. También, que las naciones son soberbias en la medida del “sálvese quien pueda”, porque es nuestra manera de pensar frente a las catástrofes. Las pequeñas empresas nacen, pero pronto se esfuman porque no tienen el músculo para sobrevivir. Son miles los ciudadanos que se sienten desamparados porque no tienen protección social. Otros, piensan que ha llegado el fin del mundo y que no se debe correr para evitarlo. Pero en la ciencia está -en la medida de lo posible- hacer ver con esperanza que en una pequeña dosis de vacuna está el futuro de la humanidad. Lo veremos en las próximas semanas.